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Sentirse uno orgulloso de quien es, saber que haga lo que haga y en las circunstancias en que lo hace, siempre estará dando lo mejor de sí, hacer las cosas sabiendo que en ellas estará impresa nuestra impronta como profesionales, como ciudadanos y como seres humanos, eso es ser dignos. Sentir que frente a nuestras realizaciones no necesitamos un vigilante para hacer lo que hay que hacer sino que el primero y más exigente de todos los vigilantes somos nosotros mismos, eso es parte del valor que hemos elaborado de nosotros mimos.
Sin embargo, a veces se asumen las tareas como una condena que hay que cumplir de cualquier forma, se piensa posiblemente que quien me paga me está estafando o está haciendo un negociado, entonces haciendo mal las cosas se la cobramos. Creo que eso explicaría la mediocridad con que se cumplen las tareas, se acumulan los errores y se hace imposible la convivencia. De qué otra manera se puede explicar que no se ejecuten bien las tareas que se sabe cómo hacerlas y que tampoco los supervisores hagan adecuadamente su tarea y que, más allá, los contratistas tampoco se preocupen por la calidad de las ejecuciones ¿Será que la insatisfacción que vivimos en frente de la sociedad se traduce en una revancha haciendo peor la vida, esto es, cobrándosela a todos y acrecentando las condiciones lamentables de existencia, e incluso aumentando los riesgos en el trasegar de la vida citadina?

VEÁMOS…
A veces, en nuestras calles bogotanas, pero creo que eso sucede en cualquier parte del país, y en todas las profesiones, nos sentimos defraudados por lo que somos como sociedad. En la carrera 15 por ahí en las calles 83, 84 y 85, por ejemplo, encontramos un conjunto de novedades (llamemoslas novedades) que son aterradoras:
1. Desde hace un tiempo, aprovechando nuestro trópico hemos adornado nuestras avenidas con árboles ¡Qué bonitas que se ven! Pero ¿Cómo es posible que no se haya averiguado qué árboles son lo que se deben sembrar teniendo en cuenta sus raíces? Y ahí tenemos que las losas se levantan y a nadie le importa a pesar del peligro en que se convierten para los peatones.
2.  Las losas. Claro que esas losas de cemento de 40cm x 40 cm son adecuadas, no sé si serán baratas, pero pueden verse muy bien si se aprende a colocarlas. Pero. No. Allí en la 15 están levantadas, se están rompiendo y son verdaderas trampas para todos ¿Cómo es posible que no sepamos cómo se coloca una losa de esas? Con el agravante además, de que, por la razón que sea, están por todas partes. Hay sitios en donde antes de cumplir dos meses de colocadas ya están flojas. Y se dejan así: ¿Hasta cuándo? No sé.
Nos encontramos entonces con que a la falta de conocimiento se une la irresponsabilidad.
Pero no es eso solamente. La mediocridad está por todas partes.
Entonces la  capital se convierte en una ciudad peligrosa. Y son en general las empresas distritales y de servicios públicos las protagonistas de las trampas que hay por todas partes.
¡Que faltan tapas en registros y alcantarillas¡
¡Que inexplicablemente hay unos tornillos de unos 10 cm en medio de los andenes¡
¡Que hay bolardos de una variedad increíble¡¡Reconozcamos la diversidad¡
¡Que los andenes se convierten en una muestra mixta de creatividad y abandono por su inclinación y mantenimiento¡
¡Que hay cables que cuelgan de los postes y de otros cables unos son de teléfonos y otros no se sabe si de transporte eléctrico¡ O ¿De qué?. Pero ahí están a veces formando unos bultos como madejas horribles. Y vienen los de cada operador de telefonía y añaden más y más cable. ¡Es un desastre!

Entre paréntesis, digamos que hemos desarrollado una habilidad impresionante para eludir el peligro, saltar el agujero, esquivar el bolardo. Y como definitivamente en esta administración renunciamos a la posibilidad de educarnos y de avanzar en la cultura ciudadana, las necesidades de lograr un mínimo de orden se han dejado a los reductores de velocidad, a las barreras físicas y a las prohibiciones que nos toman por sorpresa, con las mejores intenciones, pero sin un anuncio avisando, para  que  a partir de ello, adecuar nuestras rutas y horarios.

Y, volviendo al inicio, creo que los colombianos sabemos hacer las cosas, pero las hacemos mal. Entonces el problema no es de capacitación sino de delincuencia, porque al parecer las cosas se hacen ¡INTENCIONALMENTE MAL¡


(¿será esto lo que se llama tercer mundo?)

¡Que tristeza!

Dino Segura

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