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Cuando apareció la escuela en occidente se buscaba con ella dispersar o esparcir en todo el mundo una cultura que en ese momento se pretendía cierta, verdadera y definitiva, una cultura que no es otra que la cultura occidental con sus presupuestos, sus creencias y, por su puesto su ciencia. Es por ello que en muchos casos la imposición de la cultura se hizo simultáneamente, con expediciones científicas y catequización religiosa. Esos dos elementos eran lo suficientemente fuertes y se articulaban de tal manera entre sí que se convertían en un todo a la vez inexpugnable en la conversación e inevitable sobre todo por los argumentos irrefutables que acompañaban la imposición, esto es, la fuerza, las armas y sobre todo, la credibilidad con que nuestros ancestros aceptaban lo que los recién llegados decían.
Esta imposición que se hizo en general por la fuerza llevaba implícita la renuncia a nuestras creencias y formas de vida, incluyendo en ello no solamente los saberes sino lo que podríamos denominar, nuestras formas alternativas de ser felices, distintas de las perspectivas europeas. En otras palabras, a la vez que teníamos que aceptar lo otro, teníamos que renunciar a nuestra cultura, con la justificación de que se trataba de un error, de que era primitiva y atrasada e incluso de que era peligrosa por lo menos en cuanto se oponía a la fe católica (y, en general cristiana) y por consiguiente conducía a la perdición, al pecado y a la condena eterna.
 
Esa escuela todavía existe. Es una escuela que con tal de mantener en sus presupuestos la certeza y veracidad de la cultura occidental de la modernidad, no ha tenido la honradez y el decoro de introducir en sus lecciones los saberes más recientes, esto es, lo que ha logrado la ciencia en los últimos 110 años. Claro, como la ciencia de estos años plantea explícitamente que no existen argumentos para decir que una cultura sea superior a otra y mucho menos para defender y presentar la cultura occidental como verdadera y definitiva, sino, más bien, que pueden existir (y efectivamente existen) muchas culturas tan legítimas unas como cualquiera otra, esa ciencia se vuelve peligrosa y seguramente hasta subversiva.
 
Las consecuencias son varias y de diversos tipos. Por una parte, lo que se enseña en las escuelas y, aún en las universidades, no incluye en general aspectos determinantes del mismo saber occidental que se pretende defender como la teoría de la relatividad, la mecánica cuántica, el principio de incertidumbre, la teoría de sistemas, la cibernética, las distribuciones de Mandelbrot o la teoría de la complejidad. No, nos quedamos con el convencimiento de que solo hay una realidad y de que así no la percibamos tenemos que dar cuenta de ella, esto es, aprenderla de memoria y recitarla, que unas causas determinan unas consecuencias muy bien definidas y que las retroalimentaciones no existen y que por consiguiente no se puede hablar ni del caos ni de la auto-organización.
 
Y las escuelas se han mantenido en ese nivel de atraso entre otras cosas porque el saber no es conveniente si lo que pretendemos es mantener el orden establecido, porque el saber está en contra de la existencia de UN ÚNICO orden establecido. Para el pensamiento contemporáneo existen muchos ordenes posibles, así como existen posibilidades de ser felices de muchas formas. Se puede ser feliz sin consumir, se puede ser feliz sin celular, se puede ser feliz sin HD.
Pero el tiempo pasa y se dan hechos inocultables. Así es como hemos ido contradiciéndonos encantadoramente. Luego de haberlo digitalizado todo nos encontramos, con que, si queremos hacer arte con la fotografía, tenemos que regresar a lo analógico y, especialmente al blanco y negro. Si queremos escuchar música de verdad, la mayor fidelidad se encuentra en los acetatos. Nuevamente, en lo ¡Analógico¡ ¡En la metáfora!
Un día de estos descubriremos que existe una mayor profundidad, encanto, ternura y hasta felicidad cuando estando por ahí, en vez de mirar esas pequeñas pantallas, nos miremos a los ojos. Entonces vamos a redescubrir los ojos (los nuestros y los de alguien más) y al hacerlo, ojalá, nos redescubramos nosotros mismos en medio de atardeceres y colores inventados.
 
Dino Segura