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Hay algunas preocupaciones porque los niños andan pendientes de los celulares, ya no juegan a las escondidas ni saltan golosa. Se mueven con cierta soltura en las redes sociales… Estamos con ellos, pero ellos no están con nosotros. Nos sentimos desplazados, ignorados, abandonados y por su puesto eso no nos gusta.
Entonces planteamos interrogantes como: ¿En qué momento?  ¿En qué edad es aconsejable que posean celular? Alguien especialmente cauto, anuncia: “Eso depende, si el celular se utiliza para potenciar lo que se hace en las clases, es conveniente que accedan a él lo más pronto posible…”
Bueno, una respuesta de tal tipo es bastante “aterrizada”, esto es, es enunciada por alguien que conoce lo que se hace en la escuela. Como en la escuela lo que prima es el manejo de la información y de los algoritmos matemáticos (sumar, dividir, por ejemplo), entonces podrá aceptarse el manejo de información en casi todo momento y con ello el uso del celular. Eso está bien para la escuela que conocemos y los maestros que conocemos. Entonces con el celular tendremos para la química, las propiedades, para la geografía los accidentes geográficos, para las matemáticas los máximos y mínimos, para literatura las obras de los escritores más representativos y, así con la fauna y la flora, etc. Al decir lo que decimos nos preguntamos, cuál puede ser la ventaja del celular en frente de lo que sucedía en la escuela hace 30 años, por ejemplo. La rapidez, tal vez ¿Para qué? ¿Con quién estamos compitiendo acaso?
 
Estas cosas no tienen nada que ver con el conocimiento. Si vamos a jugar con el conocimiento casi siempre tendremos que dejar el celular a un lado. Si, por ejemplo, estamos haciendo una cámara fotográfica y queremos explicarnos por qué en una cámara oscura se ve la imagen invertida (arriba –  abajo y derecha – izquierda) para así decidir cómo construirla. Es mejor manipular los objetos y poner a prueba las conjeturas.
Si por ejemplo queremos saber cuáles son las posibilidades que se dan para adelantar proyectos de mejoramiento del entorno con ayuda de la comunidad vecina a la escuela, el celular será útil solo para saber la hora.
 
Si, por ejemplo, queremos comparar el desarrollo de una semilla que germina en diferentes sustratos, tenemos que hacer muchas cosas con las manos y los instrumentos de medida, muy pocas con el celular. Si vamos a jugar un partido de futbol, o de volibol, tenemos que dejar el celular en alguna parte, lejos de la cancha de juego.
 
De otra parte, el celular puede servir para pasar el tiempo en medio de tanto aburrimiento que se da en situaciones usuales como cuando los otros (papás, amigos) están ocupados en SUS cosas.  Por ejemplo, con su celular, o el maestro “dictando” una clase que está en el libro, o en Youtube, en donde es más entretenida y a la que puedo atender cuando lo quiera.
 
Yo creo que antes de que los niños nos abandonaran, nosotros abandonamos a los niños. Y lo he visto, creía que era entre padres jóvenes, pero no. Se da también con padres no tan jóvenes. La familia se sienta en el restaurante y cada quien está pendiente de su celular hasta el niño más pequeño tiene su celular, de Fisher Price por ejemplo … Y todos pendientes de SU pantalla.  No hablan, no se miran; se ríen, pero no comparten su risa; gesticulan, pero no comparten las situaciones. Y, los niños jugando a lo que los adultos decidieron que jugara, en donde no hay chance de movimientos indeseables: están bajo control.
 
Entonces, no se trata de que sorpresivamente los niños y jóvenes hayan hecho su mundo aparte, restringido e individual. Se trata de que nosotros hemos construido esa situación posiblemente estableciendo y limitando los momentos en que estaremos con ellos creando una barrera entre ellos y nosotros que está constituida por las pantallas, primero del televisor, luego de los videojuegos y ahora sintetizándolo todo, de los celulares. Con esta barrera aunque estamos cerca ya no estamos juntos en el mismo lugar, estamos en ninguna parte, tal vez en el ciberespacio. De allá volvemos en algún momento a comer o a satisfacer alguna necesidad mundana y regresamos a perdernos en el yo no sé dónde.
 
Creo que para recuperar a nuestros niños tenemos que volver sobre nosotros mismos y nuestras costumbres digitalizadas construyendo más momentos de compañía e interacción lejos de las pantallas y recordando que esos momentos de interacción entre los padres y los hijos, por ejemplo, no solo son valiosos por la conversación, sino que lo son incluso y simplemente por estar juntos en silencio rascándonos mutuamente las cabezas.
 
Dino Segura