Por Rafael Porlán 
Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación. 
Profesor, Universidad de Sevilla (España).  
Director proyecto IRES (Investigación y Renovación Escolar). 
Consultor internacional.

En 1990, en el primer viaje a Colombia para trabajar en la Universidad Pedagógica, tuve el inmenso placer de conocer la Escuela Pedagógica Experimental y a su fundador Dino Segura.

Años atrás, en mi ciudad, Sevilla, un grupo de docentes comprometidos con la idea de cambiar la escuela tradicional creamos la Escuela Infantil Tonucci, con el ambicioso proyecto de hacer realidad la escuela que soñábamos, empezando por la etapa de infantil y continuando hasta tener un colegio completo. Nuestros ideales se concretaban en principios tales como: 

  • Una escuela abierta al entorno natural y social. 

  • Donde los alumnos aprendan a través de procesos de investigación, 
    creatividad y participación. 

  • Una escuela globalizada, donde los compartimentos de las materias se diluyan en proyectos compartidos.                                                                                                  

  • Donde se promueva el desarrollo integral de niños y niñas, y ninguna materia sea superior a otra, combinando la dimensión científica con la emocional, la artística y la ética. 
  • Una escuela en que los espacios y los tiempos sean adecuados para la 
    visión del mundo de la infancia, con clases abiertas, espacios comunes, 
    talleres, huertos, jardines; como un hogar. 

  • Una institución en la que los docentes trabajen en equipo, compartiendo sus experiencias y construyendo conocimiento profesional compartido. 

  • Y donde los padres se impliquen en el proyecto y en las actividades. 


En una primera etapa, la Escuela Infantil Tonucci funcionó como habíamos previsto y empezamos a creer en la posibilidad de que nuestra escuela fuera una realidad más pronto que tarde. Sin embargo, por razones económicas y de otro tipo, que ahora no vienen al caso, el proyecto fracasó. 

Les cuento todo esto para que valoren en su justa medida el impacto que sentí la primera vez que fui a la EPE

No recuerdo cómo ni a través de quién, pero yo ya conocía la existencia de la escuela colombiana antes de viajar a Bogotá. Quien me informó me puso vagamente en antecedentes de cómo era y resumió su impresión con estas palabras: “es como la escuela que vosotros queríais hacer en Sevilla”. 

No tengo que explicarles que el mismo día de mi llegada empecé a preguntar a mis colegas de la Pedagógica sobre la EPE (entonces aún no sabía muy bien su nombre). Entre unos y otros consiguieron localizarla y ponerme en contacto con Dino. 

Tampoco recuerdo muy bien dónde fue nuestro primer encuentro pero sí el contenido de la conversación. Yo le escuchaba hablar con entusiasmo de la EPE, del lugar donde estaba ubicada (entre bosques), de cómo eran las clases, del sistema de trabajo, de los esfuerzos realizados y poco a poco me iba invadiendo un doble sentimiento de envidia y admiración. 

Por fin pude ir a visitarla. Recuerdo la impresión que me causaron las construcciones, diferentes y dispersas entre los árboles. Los espacios y mobiliario nada convencionales. Los colores, las paredes llenas de trabajos de los estudiantes. La música, los instrumentos, las voces. Todo con un aire sencillo, familiar y acogedor. Allí había vida. Los niños y niñas moviéndose, dialogando o concentrados en algún experimento u observación. 

Me interesó mucho la parte de ciencias y el trabajo de investigación que se realizaba. Hablé con los docentes, me reuní con ellos y con Dino. Todo me gustaba y me impresionaba. 

Salí de allí cargado de ilusión. Otra escuela ya existe y es posible. Para mí, y para mi grupo de trabajo, esto era muy importante. No solo queríamos hablar de ideales, teníamos que hablar también de realidades. 

Cuando volví al hotel llamé entusiasmado a varios colegas para contarles lo que había visto. Les transmití mi entusiasmo por el descubrimiento. Nosotros no pudimos pero ellos sí han podido, les dije. 

Desde entonces hasta hoy la EPE ha sido para nosotros un referente y Dino Segura un maestro. He vuelto varias veces a visitarla. He labrado amistad y colaboración profesional con Dino. Hemos compartido encuentros. Hemos defendido juntos parecidos ideales. Nos hemos implicado en proyectos editoriales para difundir nuestras propuestas y nuestras experiencias. Y, lo más importante, hemos luchado juntos por tejer una red iberoamericana de colectivos docentes que trabajan desde un modelo basado en la investigación de estudiantes y profesores.

Hoy, a los 37 años de existencia milagrosa de la EPE y a los 72 años muy trabajados y comprometidos de Dino, quiero manifestar públicamente mi admiración y respeto por el esfuerzo realizado contracorriente y mi deseo de que este proyecto se disemine y nos trascienda.


Larga vida para ti y para tu proyecto, admirado amigo.