Por: Dino Segura

Coordinador General Corporación Escuela  Pedagógica Experimental

He recibido algunos comentarios acerca de mi nota anterior relacionada con el sitio que debe ocupar el conocimiento ancestral en nuestro imaginario del saber y del conocimiento. En particular es interesante el disgusto manifiesto de algunos miembros de la comunidad científica a propósito del respeto que manifiesta nuestra Ministra de Ciencia, Tecnología e Innovación frente a los saberes ancestrales. A propósito, deseo expresar algunas opiniones concretas. Lo primero que debo puntualizar es mi sorpresa al encontrar que aún hoy muchas personas a la vez que consagran como elemento de confianza frente a los resultados de la ciencia, la utilización del método científico, señalan la desconfianza frente a resultados que han sido obtenidos sin su utilización.

Esto es sorprendente pues los elementos que sustentaban el método científico de antaño, han dejado de existir. Más aún, han aparecido otros enunciados que nos imposibilitan pensar en cosas como caminos certeros para lograr resultados o como resultados verdaderos de las investigaciones ajustadas al método. Entre los elementos a que me refiero tenemos el colapso de la objetividad. Por una parte, siendo la realidad una construcción individual que surge como consecuencia de la interacción individual con el mundo, no podemos privilegiar una realidad en frente de otra realidad. Lo único que podemos es ponernos de acuerdo sobre la base de la intención compartida de ponernos de acuerdo y nada más. Por otra parte, hoy reconocemos múltiples cosmovisiones compartidas en colectividades diversas que no solo conducen a realidades distintas, sino que también conducen a percepciones distintas y legítimas.

En este sentido, hablar del método científico es simplemente anacrónico. De otra parte, en frente de una búsqueda característica de la ciencia de antaño, la explicación, anclada en la causalidad; hoy nos encontramos con asuntos como el azar en un mundo de múltiples auto-organizaciones posibles que nos mantienen más cerca de los qués que de los porqués y nos alejan cada vez más de los mundos platónicos imaginados antes cargados de seguridades y confianzas deseables.

Por otra parte, en el ámbito de la medicina, más que en otros campos, existen procedimientos alternativos a los occidentales que, aunque no los comprendamos poseen tradiciones y tratamientos en algunos casos más antiguos que los mismos occidentales, con referencias inocultables y seguramente con todo un aparejo de éxitos obtenidos en su utilización. Tenemos como ejemplo las prácticas de la medicina china y de otras culturas que son respetadas por comunidades milenarias y que seguramente poseen procesos de validación (si se tratara de eso) al margen del método científico.

En este sentido, exigir para otras prácticas los mismos criterios es un tanto a la vez ignorante y petulante. En el caso concreto de Colombia vale la pena volver sobre lo que somos y no tratar de pensar como lo que NO somos. Creo que tratar de comportarnos como lo que no somos es muy grave pues nos coloca en riesgo de perder elementos valiosos no solo para nosotros sino para toda la humanidad. Nuestro carácter multiétnico es un hecho innegable y afortunado. Pocas naciones en el mundo tienen la posibilidad de confrontar una variedad tan grande de visiones y cosmovisiones como nosotros.  Esas cosmovisiones habrá que considerarlas como alternativas, pero no como primitivas ni como una colección de anécdotas. En ellas pueden estar respuestas importantes a muchas de las preocupaciones de nuestro día a día.

En el caso concreto del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación existe la posibilidad que ojalá no se pierda, de identificar, recuperar, estudiar y visibilizar conocimientos en trance de perderse. No se trata de incorporarlos a los procedimientos occidentales de manera mecánica, se trata más bien de estudiarlos y recibirlos como un aporte de nuestra diversidad a nuestro bienestar. Debemos entender que estaremos en frente de totalidades que no solo tienen que ver con sustancias sino también con contextos y con rituales. Es tal vez ese conjunto lo que también hace que tengamos que considerar que no es posible exigir que exista un único método.

Pero volvamos a las añoradas seguridades que se derivan de la explicación: el asunto que a veces nos asusta es que no comprendemos. Entonces, repetimos,  aparecen los ineludibles ¿por qués?, sin respuesta. Y durante mucho tiempo buscamos ese por qué y es esa búsqueda la que está en la base de la ciencia, el asunto es la explicación. Hoy las cosas son distintas en frente del por qué. Si antes ilusamente pensábamos que con las explicaciones habíamos atrapado la verdad, hoy estamos convencidos que tales “explicaciones” no son más que narrativas interesantes inventadas y útiles tal vez para tranquilizarnos y darnos algunas seguridades que nos permitan vivir sin sobresaltos en frente de un mundo desconocido. Además, se trata también de aceptar que pueden existir otras narrativas, narrativas que incluso podemos no llegar a comprender nunca.