Dino Segura

Coordinador General Corporación Escuela Pedagógica Experimental

A veces, caminando por ahí, o en la soledad matinal y juguetona de una mañana soleada surgen de no se dónde ideas que nos llevan a sonreír y a veces a llorar …

La Memoria. Pensaba, por ejemplo, en la economía que significa la falta de memoria, tal vez una de las caras buenas del Alzhéimer, si solo se tratara de la pérdida de la memoria. Imagínese que con un único buen libro tendríamos para gozarnos la literatura. Podríamos leerlo y volverlo a leer como si nunca antes lo hubiésemos leído, ¡siempre novedoso y maravilloso para esa persona desmemoriada que lo lee y lo vuelve a leer! Y, lo mismo con esa magnífica película.

Ignorancia y felicidad. Pensaba también en los aspectos ventajosos que se esconden detrás de la ignorancia. Claro, como yo sabía cómo se hace una conexión eléctrica o se prende el calentador o cosechan los Agapandos; cuando, por la razón que fuera, se estropeaba la conexión o se apagaba el calentador o estábamos haciendo un florero (era un día domingo a eso de las 8 y media de la mañana) yo tenía que interrumpir lo que estuviese haciendo porque como era el que sabía, estaba obligado a la tarea que era prioritaria frente a cualquier otra cosa. Y los ignorantes (relativos a esas cosas, por lo menos) tenían su tiempo disponible. ¡La dicha de los ignorantes! Y esa dicha no termina ahí. Hay otros ignorantes que, por ejemplo, no saben las consecuencias de sus actos y actúan de cualquier manera, aunque las consecuencias no sean solo para ellos. Pero como no lo saben, viven en esa felicidad derivada de la ignorancia y hacen lo que les da la gana  sin siquiera pensar en la responsabilidad, esa que no existe.

Desorden y felicidad. Con qué alegría comentamos a los amigos la fortuna de haber encontrado (en el sitio menos pensado) algo que habíamos perdido y que a la postre considerábamos que definitivamente estaba perdido. ¡Ya no tengo que ir a poner el denuncio!, ¡Ya no tengo que hacer esa fila! ¡Ya no tengo! ¡Qué maravilla! Es curioso (y envidiable por ciertas cosas) el mundo que viven los desordenados, en el día a se van encontrado por ahí lo que consideraban que estaba perdido, aquello que requieren y no saben dónde lo dejaron. Y cada encuentro se convierte en un motivo de felicidad. Mientras los desordenados, momento tras momento viven instantes de felicidad, quienes colocan las cosas en su sitio ordenadamente y saben dónde está cada cosa no tienen esas vivencias, ¿será que les hacen falta y deberíamos envidiar las felicidades de los desordenados?

El mundo mágico de los adolecentes. Por otra parte, quienes dejan las cosas en cualquier parte, de tal suerte que no se requiere ser Sherlock Holmes para reconstruir los acontecimientos pues hay suficientes huellas, viven en un mundo mágico. Todos hemos decidido que el teléfono se deja aquí, que la cosedora estará allá, que la caja de herramientas tendrá tal o tal sitio, que los zapatos estarán allí y así, que cada cosa deberá estar en cierto puesto, ¡cada cosa en su puesto!.Y allí la encontramos cuando la requerimos. ¡Qué belleza …¡ Y entonces creo que especialmente los adolescentes, tienen una ruptura en alguna parte. Así como manifiestan su disgusto cuando no encuentran las cosas donde deberían estar pues están acostumbrados a que cuando requieren el teléfono, ese está donde debe estar y lo mismo con todo, la cosedora o los zapatos y olvidan precisamente dónde dejaron ayer el teléfono, la cosedora o los zapatos, no se lo preguntan por qué (y cómo es que) en su mundo mágico las cosas vuelven mágicamente a su sitio. Tal vez uno de los indicativos del fin de la adolescencia es precisamente la destrucción de la magia que al revés de la entropía restituye el orden. ¿Será que cuando se introduzca en la vida el segundo principio de la termodinámica, se acaba la adolescencia, esto es, cuando deje de existir ese demonio de Maxwell, que encarnamos los demás?