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Si hay algo que debemos plantearnos al pensar en la paz es en un sistema educativo que apunte a mitigar las diferencias sociales y no que las profundice.                     
Sólo el 10% de quienes aspiran al ingreso a una universidad oficial lo logran (algo así como 60.000 estudiantes de un total de 600.000 aspirantes). Si no ingresan más no es por bajos resultados sino porque no hay más cupos. Sin embargo, para casi todos, cuando alguien no ingresa a la universidad es porque pierde el examen y él es el responsable. Así la responsabilidad se traslada del estado al estudiante. Este cambio de mirada es perverso y detrás de el se ocultan responsabilidades y oportunismos lamentables.

Para ver las cosas claramente supongamos que los estudiantes estudian tanto que se duplica el número de jóvenes con altos puntajes. ¿Será que en ese caso ingresan más estudiantes a la universidad? NO, ingresa el mismo número. Siempre ingresará un número preestablecido de estudiantes. Para todos debe ser claro que el que haya puntajes más altos no aumenta el número de cupos, en todos los casos se quedará por fuera el mismo número de estudiantes. En general, el número de estudiantes que ingresa a la universidad no depende de los resultados de las pruebas. 

Algunas consecuencias de esta infamia son: 
 
1.  Entre los estudiantes se presenta una competencia enfermiza por lograr mejores resultados en las pruebas, en esa competencia se reitera la inequidad, quienes más tienen pueden pagar más por la preparación, tendrán más tiempo, mejores profesores, etc., y los otros que no tienen ni lo uno ni lo otro, harán cualquier cosa.
 
2. Del orgullo de los padres por tener en su casa un hijo inteligente y capaz, pasamos a tener un mediocre que no pasó las pruebas del ICFES ¡Es muy inteligente pero no pasó el ICFES!
 
3. De un muchacho convencido que puede ser un protagonista, obtenemos luego de las pruebas un ser inseguro y pesimista.
 
4. Y, como hay quienes relacionan las pruebas de estado con la educación, se enfatiza aún más en las disciplinas y se abandona aún más la educación propiamente dicha. Como en las pruebas no juega ningún papel ser honesto, o sincero, o solidario, o creativo, imaginativo o compasivo, ni estar enterado de las dificultades y posibilidades de su región o contexto, entonces la formación se restringe a asuntos neutrales y en muchos casos, inútiles.
 
5. La trascendencia de los resultados de los exámenes de estado pasa por alto el significado y contexto en el que se obtienen tales resultados. Allí, a la hora del examen, en frente de las hojas del examen se encuentran inequitativamente personas con historias bastante diversas, que van a juzgarse con las mismas herramientas (esto es, “objetivamente”). Pero hay circunstancias distintas que son inocultables:
 

  • Habrá unos que por las deficiencias en la alimentación que han recibido desde su nacimiento no tienen la capacidad de atención y concentración de otros, que han estado bien alimentados.
  • Habrá procedentes de familias con contextos cercanos a la academia, mientras otros en cuyas casas no hay un libro y posiblemente no se conocen ni ordenadores ni otros cachivaches electrónicos.
  • Tendremos también jóvenes para quienes el lenguaje en que están escritas las pruebas es un lenguaje cotidiano, mientras que otros desconocen esos giros y formas de redacción “cultas”.
  • Tendremos estudiantes para quienes al presentar el examen se están jugando la vida, mientras que otros solo cumplen con una formalidad, ya que si no obtienen un puntaje alto, sus padres tienen como comprarle el ingreso a la universidad que desee.

 
Y estas diferencias hacen que posiblemente los resultados reflejen más las historias personales y las ansiedades del momento de cada quien que los supuestos “conocimientos” que están determinando los resultados.
 
Tenemos pues que las pruebas además de no medir lo que dicen que miden, se convierten en un elemento determinante en la inequidad. Las pruebas son entonces la cúspide de segregación en un sistema, el sistema educativo, ya de por sí inequitativo.
 
Si hay algo que debemos plantearnos al pensar en la paz es en un sistema educativo que apunte a mitigar las diferencias sociales y no que las profundice.
 
Dino Segura.