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1. En Colombia es una costumbre echar a andar las cosas sin haber previsto las consecuencias de lo que se hace. La tranquilidad que inspira una afirmación como que por en camino se enderezan las cargas no ha sido garantía de éxito. Somos testigos de que lo que ha sucedido es que por el camino se nos caen las cargas, eso nos lo recuerda José L. Villaveces.

El que obremos de esta manera es tal vez una consecuencia de una mala pedagogía, en la escuela no hemos aprendido a planear, a anticiparnos, a estudiar los contextos, a considerar los antecedentes, a ser responsables. 


2. En nuestro país, las elecciones de los órganos de representación y demás dignatarios se han convertido en un negocio. Las campañas son una inversión. Hay quienes invierten en varias campañas porque ¡Hay que ir a la fija!

Y lo que se busca es que ganadas las elecciones se recuperen con creces las inversiones. En tal sentido, amparados en la carencia de planeaciones vigentes y la indiferencia de los ciudadanos, los inversionistas imponen las decisiones que les convienen y en ello no existen consideraciones acerca de lo que podríamos llamar el interés público, son los intereses individuales los que priman.

3. Así como no hay una cultura científica en la toma de decisiones tampoco tenemos confianza en la ciencia, es más, la desconocemos, la comparamos con las opiniones ligeras de cualquiera. Mientras en otras culturas lo que dicen los científicos es determinante, aquí es una opinión comparable con la de cualquier Perico de los Palotes.

Entonces, con el epíteto de ambientalistas se lanza un manto de duda a lo que afirman quienes como científicos plantean la importancia de asuntos como los páramos, las rondas de las quebradas, las reservas, nuestros parques naturales o nuestras comunidades indígenas. Y quienes plantean las dudas son quienes tienen intereses creados en la discusión: los urbanizadores o los representantes de la minería, por ejemplo.
 
4. De manera muy ligera, irresponsable e ignorante se plantean regresiones ligeras para sustituir la carencia de estudios científicos confiables. Se dice así que en 40 años Bogotá casi duplicará el número de hogares que tiene hoy, que pasará de 2,9 a 5,4 millones. Y en esos estudios seguramente no se ha considerado el impacto de la paz y el desplazamiento ni las implicaciones que pueden surgir de los tratados de libre comercio, ni el impacto de los mercados internacionales.
 
Con esta discusión nos encontramos en una coyuntura muy propicia para que nos conozcamos porque estos son asuntos culturales: así somos.  Entonces, así como nos reconocemos con una cantidad de defectos, tenemos que asumirlos y tratar de superarlos.
 
​Si realmente nos reconocemos como quienes no somos capaces de planear y justificar nuestras acciones sobre la base de la reflexión, el estudio y la responsabilidad, tenemos que cambiar y exigir que esa sea una práctica, especialmente en el ámbito de la administración pública.
 
Si tenemos evidencias de que los elegidos están convirtiendo ese hecho en un negocio y que lo que orienta la administración son los intereses creados, tenemos que rechazarlo porque eso no solo es indecente sino que es un delito. No podemos aceptar que eso se convierta en una conducta consentida y natural.
 
Si creemos que en la toma de decisiones es importante la ciencia, podríamos pedir que sean la academias, las universidades, los científicos quienes no solo nos dicen lo que deberíamos hacer con las reservas, sino lo que debería suceder con nuestro país en todo sentido. Ya lo hizo una vez Gaviria con la misión de los sabios.
 
Soñemos con que se hace nuevamente y que esta vez el gobierno no le pondrá conejo al país y que hará algo con las recomendaciones de los sabios.
 
Dino Segura