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La mentalidad del todo vale, que es mucho más demencial que la Maquiavélica que sostiene que el fin justifica los medios, ha ido tan lejos que nos ha llevado al otro extremo, a que nada vale.
 
Cuando alguien afirma que el fin justifica los medios nos indignamos y elevamos una crítica diciendo que por más nobles que sean, no se justifica que para lograrlos se utilicen los medios que sean. Cuando se afirma que todo vale, no solo se acepta cualquier medio para lograrlos, sino que los fines perversos están dentro de las opciones que deja como posibilidad el todo vale. Entonces estaríamos en el ámbito del Cambalache (de Carlos Gardel).
​ Si estamos convencidos de vivir en una sociedad del todo vale, frente a cualquier opción por atractiva que parezca, siempre estará presente la duda acerca de qué se está ocultando (cuales son los verdaderos e inconfesables intereses), y volvemos al adagio popular, de eso tan bueno no dan tanto. No tendríamos en qué creer y caeríamos en el nada vale.

Y, cuando estemos en el nada vale: ¡Ya no hay nada qué hacer! ¡Estamos pedidos! Seremos una sociedad sin salvación. Es por ello que por salud mental tenemos que concebir que aquí aún es posible algo y que somos más los buenos que los malos. Y que este país sí tiene posibilidades de realización y que eso está en nuestras manos. Además, que somos más los buenos que los malos, pero que lamentablemente somos muy débiles frente a aquellos, especialmente por ignorancia o por ingenuidad o por indiferencia.
 
A mi juicio este país puede ser muy próspero y dar oportunidades de realización a sus habitantes si conociendo las posibilidades que se derivan de su patrimonio (los yacimientos, el trópico, la biodiversidad, la etno-diversidad, la creatividad, nuestra historia) inventamos desde el conocimiento opciones de aprovechamiento diferentes a regalarlo o darlo a cambio de migajas.
 
Y existen potenciales muy importantes para ello como lo demuestra el que pese al tratamiento que recibe el conocimiento, poseemos científicos importantes y soluciones importantes a problemas mundiales.
 
En otras palabras, a pesar de que Colombia es tal vez el país de América que porcentualmente destina menos a los programas de investigación en ciencia y tecnología, contamos con científicos tan importantes como Jorge Reynolds, Fernando Montealegre, Salomón Hakim, Nubia Muñoz, Adriana Ocampo, Raúl Cuero, Carmenza Duque B., José García, Alejandro Hadad Bechara, Julian Betancurt, Elkin Lucena, Dolly Montoya, Eduardo Posada, Xavier Caycedo, Consuelo Montes, Julio Garavito, Horacio Torres, Jaime Restrepo Cuartas, Rodolfo Llinás, Marta L. Guardiola, Julio Umaña C., Angela S. Camacho, Felipe Guhl, Martha C. Gómez, etc.
 
Algo parecido podría anotarse de nuestras contribuciones en el arte plástico o en el deporte o en la literatura o en la música. Como una consecuencia de sentirnos tan distantes de la ciencia, para la inmensa mayoría de colombianos no es imaginable que aquí haya científicos ni que en la toma de decisiones sea importante su opinión y que en algunos casos esa opinión más que una opinión sea una perspectiva disciplinada e incluso desapasionada que debe tomarse en cuenta.
 
Esta consideración tiene que ver con otra, igualmente perversa. Se piensa que en Colombia siempre priman los intereses individuales sobre los colectivos y que no es posible hallar políticos que están dispuestos a jugársela por el interés general. Creo que aunque hay muchos que convierten los recursos del estado en una piñata que se reparte en las elecciones, existen también políticos que buscan el interés general y que no tienen comprometidas sus acciones con quienes financiaron la campaña.
 
Es importante diferenciar unos de otros y desde ahora reconocer los mercaderes y negociantes de los dineros públicos, de quienes están pensando en el país y en cómo dejar de ser tan desiguales.
 
Uno de nuestros problemas es que no sabemos utilizar nuestro voto. Y eso es muy costoso, lo estamos viendo.
 
Dino Segura