​Por una vez, recuperemos la sinceridad ¡Hablémonos francamente!

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A propósito del plebiscito que se avecina, en una nota anterior invitaba a discutir, a polemizar y así, a construir conjuntamente puntos de vista enriquecidos al considerar otras interpretaciones e historias a propósito del acuerdo de La Habana. Invitaba también a hacerlo sin otras intenciones que contribuir a lograr lo mejor para el país. Se trata de invitar a todos a ver en la situación que vivimos una gran oportunidad para hacer de nuestra vida una vida más tranquila, optimista y si se quiere, más feliz. Y ello está ligado, a la oportunidad de contribuir a hacer un país más amable y entusiasta, abierto a múltiples posibilidades de realización y menos inequitativo.
 
Y, pues sí, frente a mi punto de vista que en síntesis proponía que el que otros pensaran de manera diferente a mí, no quería decir que por ello fuésemos enemigos. Aparecieron dos grupos de opiniones. Los unos manifiestan que con los que están por el NO, no hay nada qué hacer, que ellos ya lo decidieron pero que lo hicieron no como resultado de una reflexión basada en consideraciones juiciosas de la situación, sino como consecuencia de lo que les dice el expresidente Uribe que hay que hacer. Que en esas condiciones ¡No hay nada qué hacer! En otras palabras, como existe un aprecio tan grande por el expresidente, para muchos lo que él propone es el planteamiento definitivo y no hay nada más ni mejor qué hacer.
 Otras personas, menos pesimistas, me apoyan en la idea de que siempre será posible lograr algo de la discusión y de que mientras más votos se logren más posibilidades tendremos de lograr políticas y acciones orientadas al cumplimiento de los acuerdos de La Habana.

En últimas, pienso que el resultado de las discusiones siempre es bueno. Es en la discusión en donde caemos en la cuenta de la debilidad de los argumentos, de la necesidad de considerar otras opciones, de la fortaleza argumentativa de hechos y situaciones que inicialmente no se habían tenido en cuenta.
 
En síntesis, así no convenzamos al opositor, la discusión no es una pérdida de tiempo ya que quien más aprende de ella es uno mismo. Cuando uno encuentra con quién discutir especulando acerca de lo que puede ser lo mejor para el país, la conversación puede ser tan interesante y entretenida, que se empieza a valorar lo que es la política, entendida como aquello que tiene que ver con los asuntos de interés público. Y en esa actividad podemos pasar horas.
 
El encanto de la discusión se rompe y su valor se pierde cuando uno descubre que el contradictor está argumentando tramposamente ya sea basado en mentiras o con intereses que no son de carácter público sino individual. A mi juicio cuando en la discusión, para defender o argumentar a favor de sus puntos de vista alguien apela a las mentiras, en tal momento se declara vencido en la discusión. Entonces debe reconocerse que lo que se propone no es una decisión sustentada en la franqueza y la sinceridad sino en argumentaciones o postulados inconfesables, a veces hay mezquindad, a veces envidia, a veces añoranzas (inconfesables, repito).
 
Por otra parte, se presenta también el caso de maquillar los argumentos como si fuesen de interés público, cuando solo responden a intereses individuales. Yo llamaría, como se hace en futbol, a que en estas discusiones juguemos limpio. Y jugar limpio quiere decir no engañar, no aparentar coincidencias en lo que se busca cuando mientras los unos están por el interés público, los otros se mueven por intereses individuales.
 
Por una vez, recuperemos la sinceridad  ¡Hablémonos francamente!!
 
Muchos como yo, soñamos con que sí es posible hacer un país distinto y que una posible entrada a tal sendero es el SI en el plebiscito.
 
Dino Segura