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Hace unos 35 años Francis Fukuyama escribió un libro (el fin de la historia: el último hombre) en el que plantea que habiéndose llegado al sistema económico que estamos viviendo, el neo-liberalismo o la economía de mercado, no hay razones para cambios sociales fundamentales en el futuro. Son razones económicas las que mueven la historia, así se pasó del feudalismo al capitalismo, por ejemplo.
Hasta estos días el mundo occidental se estaba consolidando entonces sobre la base de dos pilares fundamentales, el económico y los principios de convivencia, resumidos en los derechos humanos. Este mundo que para los líderes mundiales está en pleno desarrollo y garantizando que cada día hay más conocimientos y que la tecnología hará conquistas de bienestar permanentes, sin embargo oculta asuntos que a estas horas ya son inocultables: La inequidad.
Claro, hay quienes aseguran que tenemos que aceptar ciertos niveles de inequidad puesto que son lo que tenemos que pagar por el desarrollo y el bienestar. Lo que debería hacerse es lograr que no fuera tan grande. Como decía el Expresidente César Turbay, en otro contexto pero similar, hay que lograr que la corrupción se mantenga en sus justas proporciones, que no las supere.  
En estas condiciones sucede en el mundo que la economía anda muy bien, pero existen millones de personas que apenas sobreviven miserablemente. Habrían, si se quisiera alimentos para todos, pero millones mueren de hambre.

¿Qué pasa entonces en el mundo?
Mientras las multinacionales crecen y registran ganancias millonarias, los países andan mal. Mientras para los europeos se deben defender los derechos humanos, estos se deben restringir para quienes están dentro de la Unión Europea y debe tratarse con cuidado la inmigración. Un asunto similar sucede en Estados Unidos. Estas contradicciones se vienen señalando desde la periferia. Nuestros países denuncian permanentemente los tratados de libre comercio, por injustos y porque condenan a estos países a la dependencia permanente y nos mantienen en unas condiciones de consumidores muy desiguales.
 Estamos viviendo en estos días cómo el sistema económico y estas consideraciones de convivencia se desmoronan. Los europeos están en la perspectiva de relativizar los derechos humanos ¡Si, valen¡ «Pero» ¡Para nosotros¡
En Estados Unidos, sienten que no basta con que las multinacionales estén económicamente bien, es necesario que el país también lo esté. Independientemente de lo que se haga en consecuencia, lo que estamos presenciando es el resquebrajamiento del sistema económico (a pesar de Fukuyama), por sus consecuencias inaceptables.
Estamos entonces presenciando el cuestionamiento de dos pilares fundamentales de nuestra sociedad, la economía y los derechos humanos. 
El mundo, sus líderes y dirigentes están aterrados por lo que viene (nadie sabe qué será) pero se presagia que no será nada bueno y han logrado unir en contra de las políticas de Donald Trump (mejor, en contra de Trump) a los defensores de los derechos humanos, a las líderes feministas y a los luchadores contra las segregaciones, entre otros.
De lo que se trata es de salvar el sistema económico. Estoy seguro de que Trump no ha pensado en estas cosas como las planteo, no es más que una consecuencia de los acontecimientos. Lo que yo creo es que el sistema económico que tenemos (o que nos han impuesto), es inhumano, injusto, inequitativo y es por ello que desde hace mucho tiempo hemos manifestado nuestras quejas. En este sentido, el que el sistema económico empiece a dar muestras de inconsistencias para quienes lo consideraban definitivo es muy importante y no podemos menos que manifestar una expectativa optimista.
 Debemos estar atentos, creo que perspectivas de convivencia, bienestar y economía pueden surgir de otras latitudes y podemos estar en la antesala de grandes cambios para el mundo.
 
Dino Segura