¿Lo que no está prohibido está permitido?

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Frente a los vergonzosos acontecimientos que tenemos que vivir y a los peligros a que nos exponemos día a día, aparecen como salida la invención e imposición de más y más medidas de control.
Unas aparecen como códigos y reglamentaciones. Otras como vallas, bolardos, cercas, lomos de burro o los coloquialmente hablando, policías acostados y, en fin, límites al desplazamiento, accesos inaccesibles (para el personal no autorizado) en las vías y prohibiciones y prohibiciones.
Otras formas de control, que son detestables, emergen como simples conductas a las que nos hemos acostumbrando por aquello de que se nos olvidó qué significa la dignidad, al salir del almacén tenemos que demostrar que pagamos y no contentos con la presunción de delincuentes que eso significa, para que ni se nos ocurra no sé qué cosa, tachan la factura y nos despiden con una sonrisa en los labios.
Finalmente estamos en cuanta base de datos se nos aparezca: decimos el número de la cédula (si no lo hacemos no se puede comprar el par de calcetines que necesito) y con ello ¡Claro! aparece nuestro nombre y seguramente también detalles claves e inútiles de nuestra vida ¡Se acabó la intimidad!

Entonces estamos asediados por todas partes. Estamos controlados. Y sabemos que esa cadena de controles, que claramente incomoda y molesta no mejora ni la seguridad ni la vida cotidiana. Ahí tenemos las hojas de vida mentirosas de funcionarios y gobernantes, y las denuncias que involucran a jueces y contralores, a policías y legisladores. Casi nadie se alegra por la seguridad que se manifiesta cuando el señor agente se acerca a pedirnos “los papeles”.
 
Además de que parece que no funciona, el aumento de controles tiene, al menos, dos consecuencias bastante negativas. Por una parte, es una reiteración de nuestra renuncia a cambiar las cosas por la vía de la educación y con ello la invitación a dejar el sistema educativo restringido a sus prácticas usuales que se limitan a repetir y memorizar obsolescencias y mentiras y, por otra, crean un precedente lamentable que, como hábito, se proyecta socialmente haciendo de los controles una salida natural frente a las dificultades de la convivencia; esto es, se sustenta así que lo que debe hacerse es recurrir a enunciados salvadores emitidos por la autoridad y que esos enunciados deben ser aceptados sobre la base de la obediencia (que no es otra cosa que allanar el camino hacia la irresponsabilidad, por ejemplo cuando se piensa que lo que no está prohibido está permitido, renunciando así a lo que podríamos llamar el buen juicio, que debería ostentar el ser humano que es capaz de decidir autónomamente).
 
El recurso a los controles para hacer de la vida en sociedad una vida vivible es una rémora del siglo XIX, cuando se pensaba de acuerdo con lo que se entiende por causalidad lineal. Piensan los que recurren a los controles que con la imposición de la norma se acaba el problema. Hay un punto de partida y un punto de llegada. No se les pasa por la cabeza que el bolardo no sólo evita que el auto se suba al andén sino que se convierte en un obstáculo peligroso para el peatón, en un limitante para otras conductas, en un gasto apreciable y en una solución fea que no solo dice mucho de quienes recurrimos a ellos  sino de los gobernantes que tenemos. Y lo mismo con todos los controles. Los controles poseen múltiples consecuencias, que usualmente rebasan los límites que los justifican.
 
Pero tal vez el asunto más lastimoso es la devaluación de la educación: como no fuimos capaces de educar tenemos que obligar, imponer. Entonces no solo se imponen los controles porque no se encuentra otra salida sino que se lleva a la escuela el régimen de la obediencia, de la aceptación indiferente y del autoritarismo, retratando así en las prácticas escolares las experiencias lamentables de nuestra organización social y de nuestra democracia.
¿Será que no podemos darle chance a la escuela para que ensaye una manera diferente de organización, en la que los asociados se asuman como miembros de la sociedad de una manera diferente?
 
¿Será que en la escuela no podemos intentar formas de organización diferentes a la democracia representativa, pensando por ejemplo, en las maneras de organización de nuestras comunidades originarias?
 
¿Será que no podemos remplazar los controles por espacios de confianza en la que los pequeños colectivos y grupos de actividad ensayan la invención de regímenes, normas y formas de convivencia?
 
Pues sí, en torno de los controles se pueden plantear muchas dudas. Para mí apelar a los controles es renunciar a la discusión, a la formación y a la convivencia sana y humana. Y todo eso a cambo de qué si a la postre, y todos lo sabemos, a pesar de los disgustos y de la persistencia en su aplicación con ello no se consigue el objetivo para el cual se proponen.
 
Dino Segura