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Estamos viviendo una época de conflictos y sucesos inesperados. Reina la incertidumbre. Creo que si no vivimos intensamente lo que estamos viviendo nos perdemos de hechos únicos en la historia, de hechos que solo se viven en épocas de revolución.
Posiblemente alguien diga que lo que estoy afirmado se ha afirmado siempre cuando los vientos de transformación soplan despejando lo que no imaginábamos colocándolos ante disyuntivas nunca pensadas y que eso pasa siempre.  Sin embargo, difícilmente podremos los colombianos vivir otras épocas como las presentes en las que se develan los crímenes y delitos que se mantenían ocultos clandestinamente con fachadas de honorabilidad y decoro. Difícilmente tendremos la posibilidad de festejar otra paz como la que tenemos que ayudar a construir luego de todo lo que se ha hecho a propósito de las FARC. La convulsión es todavía mayor y no se restringe a lo que sucede en Colombia.

La situación de esa Europa aterrada de lo que le reclama su historia de despojos y vandalismo en mares, selvas y desiertos, que seguramente pensaban que serían simples anécdotas impunes. Y la ruptura en Estados Unidos de un modelo económico que no podía continuar satisfaciendo a las multinacionales mientras empobrecía irremediablemente a los mismos norteamericanos, es algo que aún no sabemos a dónde conducirá, más cuando esos mismos norteamericanos sueñan con el mundo de hace cien años sometido y amedrentado. Y las guerras religiosas de acá y acullá. Y los conflictos de todas partes que contraponen los anhelos y determinantes de una sociedad cada día más autónoma con las verticalidades y absolutos de estructuras sociales caducas y, uno quisiera, obsoletas.

La escuela es moderna, los alumnos son posmodernos ya lo afirmaban Filkielkraut y también Colom y Mellich. Pero el problema se ha agigantado. Ahora tenemos una sociedad que empuja transformaciones derivadas de la complejidad o al menos de la incertidumbre y la relatividad, en frente de unas instituciones caducas y conservadoras que no saben qué hacer con las diversidades de género por ejemplo, ni cómo tratar con las libertades y la igualdad en la diferencia, ni cómo mantener el ambiente educativo en una sociedad que empieza a rechazar la ilusión decimonónica de los manuales de convivencia pues todavía sueñan con esa normalidad cada día más esquiva, y que a la vez  se convierte más en una pesadilla inaplicable.

Esa diferencia que había conducido a unos disidentes a las cárceles, mientras otros atestaban las clínicas es la que ahora, ya crecida, abandona los rincones para transformar la vida de las instituciones y abolir los reglamentos y permitir que la vida sea lo que pueda ser, lo que quiera ser y no lo que estúpidamente alguien puede pensar que debe ser, blandiendo entre sus manos un amarillento reglamento, rescatado de la historia de la iniquidad, de las certezas y los absolutos.

Y, ahí tenemos una fracción apreciable de la población defendiendo esa normalidad derivada de la idea alucinante de que se basa en la verdad, en lo absoluto, en lo definitivo. Y la sexualidad se salió de los moldes estrechos del pensamiento. Y la libertad declaró su independencia respecto de las múltiples diversidades. Y la manera como cada quien decide ser, se declara independiente de los patrones reducidos de autoridades y rectores.  Y entonces vienen en apoyo de la tradición convertida en esperpento las sagradas escrituras y las añoranzas de que definitivamente otros tiempos fueron mejores …

Dino Segura