Por Nohora Elizabeth Hoyos
Bióloga. Directora Corporación Maloka.


Como directora de Asociación Colombiana para el Avance de la Ciencia,  desde 1990 mi gran sueño era llegar a niños y jóvenes y docentes de igual manera, pero no teníamos programas ni proyectos concretos que permitieran iniciar la construcción de lazos permanentes con ellos.

Un día inolvidable para mí, y que ha cambiado la vida de miles de niños, jóvenes, docentes y comunidad en general, llegó a mi oficina un líder extraordinario, a quien admirábamos mucho por su visión vanguardista de la educación: nuestro gran amigo el físico Dino Segura, quien a través de su gran creación, la Escuela Pedagógica Experimental, estaba generando la “revolución pacífica”
que tanto anhelábamos.

Con mucho entusiasmo y convicción me propuso aprovechar las instalaciones del Auditorio León de Greiff de la Universidad Nacional con un programa permanente para el sector de la educación en ciencia y tecnología, que se constituyera en una plataforma de visibilidad, reconocimiento y articulación con los científicos más prestantes, quienes tendrían el reto de ser mediadores del conocimiento, para comunicarlo de manera agradable e interesante, yo diría más allá: fascinante, con el objetivo de tocar la razón y la emoción de los asistentes. 

Con mucho entusiasmo acogí la propuesta de Dino, e iniciamos la gestión para el préstamo del auditorio con la Universidad. Esto implicaba abrir un camino pionero, puesto que el León de Greiff era usado específicamente para los conciertos de los sábados, graduaciones y temas específicos internos de la Nacional. La innovación consistía en abrir puertas a toda la comunidad, una vez tras otra, en un proceso continuado durante los fines de semana que, según la percepción de algún funcionario de esa época, rompía la “sacralidad” del escenario, al permitir el ingreso a público general gratuitamente, más grave aún: ¡niños! provenientes de todos los sectores y regiones.

Fascinada por la propuesta, sabía que debíamos romper los paradigmas que se traducían en obstáculos complejos, pero por lo mismo interesantes de afrontar. Se trabajaba sin presupuesto, pero con el supuesto y realidad intelectual y emocional del compromiso por abrir este nuevo camino. 

Dino, como líder de la EPE, puso en acción a jóvenes y docentes, que con mucho amor divulgaban y apoyaban la logística y todo lo que se precisaba; por supuesto fue mucho más allá: sus coequiperas mayores, sus dos maravillosas hijas y Clara, su señora, eran artífices de este tejido familiar, ejemplo de amor y compromiso por el país. En fin, un equipo maravilloso que trabajaba hombro a hombro con nuestra organización. 

Empezamos invitando a nuestros compañeros y amigos científicos más cercanos, como Eduardo Posada, María Victoria Uribe. Helena Stashenko, Jaime Bernal, Paulo Orozco, Humberto Rodríguez y Jorge Reynolds, entre otros, quienes abordaban temas de ciencia y tecnología desde la expedición humana, pasando por informática, energía solar, láseres, energía nuclear, malaria y superconductividad. 

Dimensionábamos la programación desde diversas áreas del saber y queríamos, por supuesto, motivar en nuestro auditorio el amor por el aprendizaje, por el conocimiento, el respeto y valoración por nuestros científicos, sembrar las semillas de las vocaciones científicas y apoyar la construcción de sueños para cimentar proyectos de vida, que fueran más allá de lo tradicional y pudieran generar y aportar conocimiento globalizado para nuestro país. 

Motiva mucho el recuerdo de esas acciones tan ambiciosas, en una época en que no se contaba con computadores ni internet, y las telecomunicaciones se reducían a los teléfonos tradicionales. No teníamos acceso a medios masivos que apoyaran la divulgación, y la cultura ciudadana era distante de los temas asociados a la ciencia y la tecnología que parecían tan lejanas y descontextualizadas del día a día, en una realidad de violencia y desolación que imperaba en el país. Miles de anécdotas podemos contar, desde angustiosas hasta las más jocosas. 

Recuerdo mucho dos retos: uno, la formación de los investigadores para que se desarrollarán como comunicadores agradables, sencillos, comprensibles, y que pudieran transmitir la fascinación que debe generar el conocimiento. 

Paralelamente, debíamos tener una audiencia suficientemente interesada y con el criterio y capacidades como la valentía de hacer preguntas pertinentes, en un escenario único en Colombia, distinto al aula. La formación de públicos es fundamental, pues esta frágil, sutil e interesante relación entre el conferencista y el auditorio necesita un proceso de formación y gestación. 

Por supuesto, no hay escuela para eso. Nos basamos en el amor y el compromiso por lo que cada uno de los científicos hacía.

El segundo gran reto fue que el auditorio con más sillas de Bogotá —casi 2000— no podía verse desolado porque sería un muy mal “voz a voz”. Estrategias increíbles desarrollamos conjuntamente entre la EPE y la ACAC. Sin embargo, las afugias fueron muchas: aún siento la inquietud de aquellos días en que diseñábamos en hojitas la programación, muchas veces a mano, y nuestra gran estrategia eran sus colores, e íbamos a las cafeterías y pizzerías que estaban de moda, para que los jóvenes, nuestro principal foco, pudieran acceder fácilmente a la información. 

El equipo de la EPE generaba un “voz a voz” muy poderoso y por supuesto también tratábamos de incidir en la Universidad, que seguía viéndonos con recelo porque eventualmente podríamos generar algún daño al escenario o a la Universidad. 

Anécdotas complejas y divertidas, como la del día en que uno de nuestros conferencistas para el que pudimos llenar el auditorio no llegaba y cuando yo lo llamé a su casa (¡ojalá hubieran existido los celulares!), desde un antiguo teléfono público en un corredor de la universidad, descubrí que aún estaba dormido. Solucionamos el problema con el mágico micrófono, dando la información de las múltiples actividades que ya en ese momento desarrollaba la ACAC, mientras esperábamos a nuestro gran líder y amigo del día, quien finalmente llegó y “embrujó”.

Ni qué decir de los sábados durante los cuales casi no llegaba nadie: llamábamos a los familiares y amigos que vivían más cerca, quienes, después de muchos ruegos, venían a sentarse un rato en el auditorio, a cambio de una suculenta invitación a almorzar. 

En fin, tantas anécdotas maravillosas cuando, después del primer año con el equipo de amigos como Elkin Lucena, José Luis Villaveces, Jaime Ahumada, Manuel Elkin Patarroyo, Eduardo Posada, Diego Andrés Roselli, se sembró la semilla de una audiencia asidua que ya en el 94 con mucho interés decidía llegar temprano para “coger buen puesto”. Este ejemplo empezó a multiplicarse y otras organizaciones tomaron la misma iniciativa. 


Ese mismo año, nuestro gran neurólogo Rodolfo Llinás estaba invitado a un evento internacional de Neurofisiología en Bogotá. Por supuesto, muy optimistas lo invitamos a ser conferencista del Encuentro y logramos una divulgación que superó todas las expectativas. El día de la conferencia, en el camino, él, que nunca había dado conferencias a públicos mixtos de esta índole en un escenario de tal tamaño, me preguntó un poco disgustado si lo que yo realmente quería era que él fuera como Michael Jackson. Con profunda sorpresa y desconcierto recibió mi pronta respuesta: 
¡por supuesto, y ojalá lo superes! 

Con Dino compartíamos la trascendencia de competir para atraer el interés de la juventud y enriquecer sus modelos de vida, con ejemplos de científicos colombianos de alto renombre. 

Creo que un indicador de gestión muy valioso fue el hecho de que no pudo ingresar todo el público que deseaba escucharlo. Lo debimos “salvar” de la multitud que lo quería abordar, haciendo un “mutis” estratégico por la parte posterior. Era parte de nuestra incipiente capacidad de medición del impacto de esta trascendental iniciativa. 

Entonces, no fue solamente Rodolfo Llinás quien tuvo gran éxito: los “repitentes” conferencistas Miriam de Peña, Carlos Fonseca, Bernardo Gómez, Paulo Orozco, Antanas Mockus, María Cristina Plazas, José Luis Villaveces, Carlos Corredor, Óscar Orozco (q. e. p. d.), Guillermo Páramo y Jaime Ahumada cosecharon muchos triunfos como estrellas de la comunicación de la ciencia en el 94. 

Se crearon fascinantes historias de vida: el Encuentro con el Futuro no solo se institucionalizó, sino que se fortaleció al generar una demanda muy importante de público fiel, de diferentes edades y procedencias y el compromiso maravilloso de nuestros queridos conferencistas que durante 20 años, han seguido superando expectativas, puesto que van mucho más allá de su rol en la sociedad y comparten este conocimiento y visión fascinantes, que nos permiten aportar a la construcción de un modelo de desarrollo basado en educación, ciencia y tecnología. 

Aún con mucho orgullo recibimos comentarios, anécdotas y testimoniales muy valiosos, tanto de jóvenes como de adultos quienes al ser “tocados’ por uno de los conferencistas, decidieron construir sus proyectos de vida alrededor de estos temas, ser líderes científicos e innovadores sociales y transformar sus ejercicios de aula para formar mejores ciudadanos. 

Tenemos la fortuna de haber seguido construyendo con Dino sueños y realidades, porque ha sido un amigo, un aliado permanente en la Corporación Maloka y nos da ejemplo de vida, de compromiso, de valentía y fortaleza moral a toda costa, con su visión vanguardista sobre la importancia de los nuevos modelos de educación-aprendizaje que tanto precisa nuestra sociedad. 

Gracias, querido Dino por estos sueños convertidos en realidad, por tu amistad, integridad y visión que ha permitido construir nuevos caminos para la sociedad que anhelamos y nos merecemos, basada en una educación reflexiva, cuestionadora, abierta, proactiva, creativa y participativa. 

Gracias, Dino, por formar líderes agentes de cambio, personas que fortalecen sus principios y valores y trabajan por el interés de la colectividad, por encima del bienestar individual. Gracias, Dino, por ser líder de la transformación social que tanto precisa nuestra querida patria. 

Gracias, Dino 
por ser mi gran maestro y mi amigo.