Por : Dino Segura
Co Fundador Escuela Pedagógica Experimental EPE
Hace unos cuarenta o cincuenta años cuando orientados por aquel descubrimiento revelador de ese entonces, que sintetizaba Paolo Guidoni diciendo que “los educadores hemos descubierto que los niños piensan”, al estudiar las formas de explicación espontáneas de nuestros estudiantes hallábamos que lo que prevalecía en sus explicaciones era el pensamiento aristotélico o algo muy parecido a él. Incluso orientados por los estudios piagetianos coincidíamos en que el pensamiento en los individuos (la ontogénesis) reproduce muchas veces en su desarrollo las formas de pensamiento de la especie (filogénesis).
La observación nos parecía muy importante pues planteaba senderos de trabajo para el aula, que llegamos a imaginar calcando las revoluciones científicas (Copernicana, Galileana, Newtoniana, etc.) para procurar rupturas epistemológicas en la clase. El asunto se mostraba bastante prometedor e incluso se fortaleció aún más con los estudios de Kuhn sobre la estructura de las revoluciones científicas, los de Koyre de historia de la ciencia e incluso los de Bachelard sobre los obstáculos epistemológicos (estos fueron un tanto antes, pero se fortalecieron y nos fortalecieron en estos momentos). Teníamos que lograr en el aula situaciones que nos posibilitaran esos cambios que ya en ese entonces considerábamos que poseían nexos con la cultura.
Los tiempos han cambiado y por estos días los cambios conceptuales de ese entonces ya no son el centro de la atención. Es más, si consideramos el pensamiento contemporáneo, es posible que la sociedad posea más cercanías a las formas contemporáneas de ver el mundo que los pensamientos y concepciones escolares. Esto podría ilustrarse con un par de ejemplos. En nuestras discusiones cotidianas, pero también en el ámbito de los legisladores, existe una puja muy fuerte frente a las perspectivas rígidas y verticales de legalización y organización social por ejemplo, en frente de las múltiples diversidades y diferencias, que hace que los conceptos de normalidad palidezcan definitivamente. Estamos entrando entonces a un mundo en donde no existe un ser o un deber ser que pueda considerarse normal. Por otra parte, con el aparecimiento de pensamientos diversos en grupos minoritarios, se han empezado a reconocer otras cosmovisiones que desde hace mucho tiempo consideran de manera natural las posibilidades e importancia de la interacción y de la relación entre seres y objetos más allá de la individualidad y de las propiedades intrínsecas de los seres en aislamiento.
Esta disposición de la sociedad a flexibilizar sus imaginarios que se da a través de la literatura, la promulgación de leyes y las múltiples maneras de interactuar entre nosotros, contrasta con las rigideces de la escuela en donde aún se mantienen, y a veces parece que, con más fuerza, las disposiciones irrefutables, los currículos definidos, los manuales como compendio de la verdad, la ética y el buen gusto … Nos encontramos así con el anacronismo convertido en ley.
En estas condiciones, en las instituciones escolares ya todo está resuelto y se sustenta por su carácter científico (con el saber occidental como centro indiscutible), por su referencia a los designios de la autoridad (sustentada desde el saber) a través de manuales y reglamentos.
Notemos que los argumentos que sustentan esa organización rígida, vertical, autoritaria, deductiva, etc., contradice el pensamiento contemporáneo. Tenemos así que a diferencia de lo que sucedía hace cuarenta o cincuenta años en donde los niños en sus formas de explicación espontáneas nos recordaban el pensamiento aristotélico, en la actualidad, la estructura de la escuela y del pensamiento científico que impera en ella nos remite a lo que se denomina la modernidad en la que contrariando la posibilidad de inventar múltiples cosmovisiones frente a una misma colección de vivencias declaramos como verdadera a una de ellas, desconocemos a lasdemás y las convertimos en meras anécdotas. Y además declaramos para legitimarla que está inspirada o sustentada en la objetividad.
Es por esto que anoto que estas aseveraciones contradicen el pensamiento contemporáneo. En la actualidad y para muchos de nosotros, el mundo que hemos construido, esto es nuestra realidad, es una construcción individual que surge de la interacción entre nosotros y eso que no conocemos que es el mundo exterior a nosotros. Lo que percibimos es una elaboración nuestra, de nuestro organismo. El doctor R. Llinás nos dice, vivimos en un mundo oscuro y silencioso en el que nuestro cerebro ha construido la luz y el sonido. H. v. Foester nos cuenta de experiencias que muestran que solo vemos lo que conocemos. En el mismo sentido H. Maturana nos define como organismos estructuralmente determinados. Y seguramente debido a esa determinación estructural, que es semejante para diferentes organismos de la especie, mediada por el lenguaje, podemos encontrar elementos que nos permiten hablar del mismo mundo y hacer cosas colaborativas. ¡Es una magia!
Tenemos entonces que contrariamente a lo que nos han demostrado las investigaciones, con respecto a la imposibilidad de la objetividad y con ello a la dificultad de hablar de verdades absolutas y definitivas, la escuela se sustenta en tales enunciados no solamente en el ámbito del conocimiento sino también de las formas de comportarse y de relacionarnos entre nosotros y con las instituciones y otros grupos humanos.
Esta característica de la escuela nos conduce a otro problema que se traduce en las formas de convivencia y la imposibilidad de la democracia. Cuando todo está resuelto en la institución, las posibilidades de participación están eliminadas y con ello la posibilidad de la democracia (C. Gaviria). Cuando la democracia se muestra como una estrategia para decidir mediante la votación, se está consiguiendo lo contrario a su definición. La democracia no es una herramienta para decidir, es más bien una estrategia de convivencia para evitar la tiranía de las mayorías. Como mejor se hace presente la democracia es en la capacidad para lograr consensos (E. Zuleta). Finalmente es precisamente en el reconocimiento del otro cuando se da el respeto hacia él y hacia mí mismo. La democracia es la posibilidad de convivencia en el respeto y en el reconocimiento (H. Maturana).
Tenemos pues que es conveniente (tal vez necesario) actualizar la escuela sacándola de ese pensamiento anacrónico de hace 200 o 300 años para actualizarla y con ello establecer puentes de conversación y cambio con una sociedad que se proyecta en el mundo del pensamiento diverso, abierto y despojado de sectarismos y absolutos. Esa escuela para la formación y la convivencia tiene mucho que hacer para lograr acuerdos colectivos en un planeta al que se le escapa la posibilidad de vida para los humanos.