​La principal fuente del pesimismo es la ignorancia.

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​Quienes desde hace mucho tiempo hemos estado pensando en lo que debería ser la escuela colombiana, a la vez que encontramos cada día más razones para acrecentar nuestro escepticismo, sentimos también la necesidad de buscar o inventar anclajes de los cuales se puedan sostener ilusiones y esperanzas que nos permitan mantener cierto optimismo que es indispensable para poder ser maestro.
Si el sistema educativo en el mundo está anquilosado en sus pretensiones y se mantiene estúpido en sus realizaciones de tal suerte que se desaprovechan en la escuela años importantes para la formación de seres humanos, verdaderamente humanos; en nuestro medio las cosas son peores en cuanto el sistema está organizado además para hacer más y más inequitativa la sociedad y para aceptar con más indignidad tanto las canalladas como las arbitrariedades. Basta considerar cómo los centros educativos miran para otro lado cuando en su seno se presentan dudas acerca de la formación de sus estudiantes a través de las conductas de sus egresados o cómo toleramos indolentemente las políticas de pauperización del sistema educativo.
 
Frente a esto nos encontramos con organizaciones populares que asumiendo tareas por las que el estado debería dar cuenta, están organizando programas y proyectos ineludibles y urgentes. Es así como aparecen iniciativas para acoger y proyectar la población de víctimas de la guerra y del sistema. Señalar eso es importante. Si bien existe en el país un grupo muy grande de víctimas del conflicto, el número más grande es el de las víctimas del sistema.

Por otra parte, las imágenes de los ejércitos organizándose no ya como ejércitos sino como ciudadanos optimistas que vislumbran la posibilidad de un nuevo país, es muy alentadora. Y junto con ello, las cifras que nos convencen de que los ceses al fuego fueron ciertos y que sí es posible vivir de otra manera, nos llenan de esperanza. Entonces recapacitamos y nos repetimos que esto puede cambiar.
Claro que la escuela puede ser distinta y puede contribuir a cambiar esta Colombia que tantas ilusiones nos depara cuando vemos algo positivo en el país.
Y aquí nos encontramos con que lo que se hace en la escuela debe ser distinto. No podemos pensar simplemente en esta misma escuela para todos, ampliando coberturas, NO, lo fundamental es que en las escuelas se hagan otras cosas.
Nuestros niños deben conocer, a partir de las clases en las escuelas, cuál es país que están viviendo, sus posibilidades, sus dificultades, su historia de realizaciones. Si se conoce esto es imposible no sentirse optimistas.
 
La principal fuente del pesimismo es la ignorancia. Nuestros niños deben conocer a partir de las clases que cada uno de nosotros es capaz de inventar y de solucionar problemas y de trabajar conjuntamente con otros para conseguir lo que colectivamente hemos decidido conseguir.
Nuestros niños deben saber que así como contamos en el fútbol, el ciclismo o el atletismo con estrellas universales como James o Cuadrado, como Chávez o Nairo, como Catherine o Mariana, así también contamos con científicos de talla planetaria como Jorge Reynolds o Manuel E. Patarroyo, como Adriana Ocampo o Nubia Muñoz como Fernando Montealegre o Carmenza Duque como Juan Carlos Borrero o Salomón Hakim*. Y que la ciencia es también una posibilidad de realización. Y podríamos decir lo mismo del arte y la literatura.
Y podríamos anotar que también hay saberes importantes en nuestras comunidades campesinas y ancestrales que debe conocerse y que además de la tecnología de los artefactos electrónicos existen tecnologías ancestrales que han sido exitosas en la conservación y en el cuidado, en la curación y en la siembra.
Sí todo esto deben saberlo nuestros niños a pesar de que no está incluido en el currículo, es por eso que en la escuela lo que debe hacerse es distinto, es otra cosa.
 
Pero además, no podemos esperar que los cambios sean decretados por el ministerio ¡NO¡ Si esperamos eso, jamás tendremos una escuela colombiana, solo un remedo de la escuela tradicional occidental, buena para mantener las cosas como están pero no para propiciar cambios y menos, para preparar los cambios que necesitamos.
En esas condiciones los únicos que pueden cambiar la escuela son los maestros.
La hipótesis que tengo es que eso ha sido así desde hace mucho tiempo y que muchos lo han comprendido. Lo han comprendido tan bien, que la formación de maestros se ha hecho para que las cosas no cambien y en su ejercicio profesional los maestros limiten su accionar a repetir las verdades de siempre independientemente de si esas verdades son pertinentes para los contextos que se viven, o útiles para los problemas que vivimos o, incluso si de verdad son verdades.
 
(*He nombrado a los científicos con el apellido mientras a los deportistas los he denominado por el nombre, simplemente porque a estos todos los conocen mientras a los científicos, casi nadie).
 

Dino Segura