OPINIÓN
Por: Dino Segura
Director: Taller de la EPE. Proyecto de Difusión de la Pedagogía EPE
ste es el primero de varios comentarios e opinión.
Uno de los anhelos que hemos manifestado los colombianos de diferentes maneras es vivir en paz. Y son innumerables las propuestas e incluso los acuerdos a que se ha llegado y que casi siempre se han quedado en pactos fallidos e incluso en acuerdos incumplidos. En este caso me refiero a los intentos de lograr la paz entre ejércitos, ya sean formales o informales por ejemplo los paramilitares en frente de nuestras fuerzas armadas, los subversivos o los delincuentes, por ejemplo los traficantes, las guerrillas y tenemos también las conversaciones entre antagonistas grandes en número o pequeños. Podríamos afirmar que nuestra historia (y nuestro eterno presente) es casi que la historia de nuestras guerras.
En este contexto nos hemos encontrado muchas veces. Casi siempre, mientras se dan las conversaciones y las búsquedas, los demás, quienes estamos al margen de las guerras, miramos lo que sucede como espectadores, nos situamos al margen y nos convencemos y nos comportamos como si de verdad lo que sucede, eso que sucede y nos avergüenza no tuviese nada que ver con nosotros, “eso no es conmigo”.
Una situación parecida suele presentarse cuando consideramos los casos de corrupción. En general pensamos que los que llegan al poder son corruptos y suelen aprovechar las oportunidades derivadas de los cargos, el poder y las circunstancias para apropiarse de los recursos de todos y lo consiguen ante la mirada de muchos que no lo hacen pero que saben que otros lo están haciendo y suelen actuar con la consigna de “mirar para otro lado”. Esa mirada indolente ante los acontecimientos se convierte en un contexto que blinda y evita las posibilidades de persecución de los criminales.
Estos aconteceres se desarrollan por fuera de la ley. Podríamos decir que para estas personas no existe la ley o, simplemente, la ley no los cobija. Hacen lo que hacen al margen de la ley y lo hacen lamentablemente bajo la mirada cómplice de quienes estamos acostumbrados a considerar que la ley es algo opcional y que solo debe acatarse cuando consideremos que debe acatarse, es asunto que nosotros decidimos en cada situación concreta. Si la cumplimos o no es asunto de una decisión individual. Así, cruzamos la calle y lo hacemos como la hacemos de acuerdo con nuestra voluntad, pagamos lo comprado con o sin factura, pagamos el IVA cuando queremos pagarlo y, así con otros impuestos. Eso no es una organización acordada que todos cumplimos y que sabemos que es necesaria para el bien de todos, entre otras cosas porque dudamos de que eso sea así, creemos que, si hay que darle al gobierno lo que se necesita para satisfacer las necesidades de todos, nosotros lo podemos hacer directamente evitando que en los procesos alguien se apropie de lo que es precisamente de todos. Entonces somos nosotros quienes decidimos cuándo actuamos como ciudadanos honestos y cuando como delincuentes, y no nos avergonzamos de ello.
Hay innumerables ejemplos de esa facilidad con que no obramos como ciudadanos. Las cosas han llegado a extremos tan lamentables y desesperantes que las autoridades mismas han recurrido a políticas de control tan primitivas como salvajes. El manejo de la movilidad y la seguridad vial, por ejemplo, no pueden hacerse con señales y las normas simples como se hace en casi todo el mundo; aquí ha sido necesario “echar cerca”, sembrar obstáculos (por ejemplo, bolardos y reductores de velocidad salvajes) de todos los tamaños y presentaciones. Hay cercas con cintas, también con mallas o con varillas y columnas metálicas. Solo con obstáculos contundentes ha sido posible evitar que la gente se mate al cruzar la calle. Sólo aumentando el valor de las multas y afinando los sistemas de control ha sido posible mantener cierta seguridad.
Por otra parte, las autoridades han decidido que las infracciones no son algo que deba evitarse ynllevarase al mínimo, sino una fuente de recursos.
Aquí existe un ejemplo contundente del fracaso de la educación.
Estamos pues ante una cultura, nuestra cultura, lamentable. Si no somos los actores principales, somos espectadores permisivos, somos “ciudadanos” indolentes.
Considerando los comportamientos, es difícil encontrar a alguien que se mantenga intencionalmente y a gusto dentro de la ley.
Continuará…
Los corruptos son.aceptados y exaltados socialmente. Se les rinde culto, porque son poderosos económicsmente.
No existe la sanción social: todo lo contrario.