Dino Segura

Coordinador General Corporación Escuela Pedagógica Experimental 

¿Quién puede estar en contra de los llamados que se hacen desde todas partes a “salvar el planeta”?

Y son tan generalizadas las peticiones que las enuncian incluso quienes viven de la depredación y el abuso de nuestro entorno, por ejemplo, los fabricantes de las bebidas azucaradas o quienes promueven las exploraciones y explotaciones mediante el fracking.

Hace ya tiempo Lovelook nos llamaba la atención en su libro GAIA acera del impacto de la pobreza en el deterioro del medio ambiente. Firmaba él que su principal causa era, precisamente la pobreza. En su exposición reflexionaba acerca del impacto que tiene la concentración de la riqueza y la inequidad por ejemplo para el caso de los cultivos rurales. Si los campesinos no tienen dónde cultivar porque los suelos aptos para la siembra se utilizan para otra cosa (por ejemplo, para la ganadería) los campesinos, como colonos tendrán que ir monte arriba y al hacerlo no solo destruirán los ecosistemas asociados con la retención de agua, sino que tendrán que seguir haciéndolo y cada vez más cerca de fuentes de agua y quebradas … con el consiguiente impacto medio ambiental …

Pues sí, una de las tareas que nos planteaba J. Lovelook era luchar contra la pobreza.  Lo que resultaba de aquellas reflexiones era la búsqueda de otro sistema económico que no basara su éxito en el consumo. Ya está suficientemente demostrado que las posibilidades del planeta pueden utilizarse de otra manera y que nuestras necesidades también pueden satisfacerse de otras formas.

Entonces con relativo impacto comenzaron a aparecer opciones como la economía verde, la economía azul o la permacultura. Y sobre todo comenzamos a comprender que el problema no es puntual, sino que es una constelación de circunstancias, acontecimientos, hábitos, concepciones que nos atrapan, convirtiendo el problema en asuntos insolubles.

El asunto es también de actitud y, necesariamente de comprensión. Los vendedores ambulantes no se acaban persiguiéndolos sino contribuyendo a que sus actividades se formalicen.

A quienes empacan y ofrecen sus productos en botellas plásticas y las comidas en recipientes de icopor, con el impacto correspondiente, podrían ofrecérseles alternativas que superen las persecuciones. Pero, la alternativa que se ofrece debe ser anterior y satisfactoria, antes de emprender acciones sancionatorias.

El asunto es que se ha hecho tan generalizada e insistente la denuncia del agotamiento del planeta, el señalamiento de la fragilidad de la capa de ozono, el impacto del efecto invernadero, el vertedero residuos en el mar y demás asuntos, que se nos olvida que la causa principal de todo esto es la pobreza y que esta está acompañada de una manera de vivir, que compartimos y de una manera de ser felices, que buscamos. Es por ello que, si bien se trata de un cambio de modelo económico, a mi manera de ver este cambio depende de la educación y del cuestionamiento a la sociedad de consumo que vivimos. Hay que ver las invitaciones que se hacen a los niños, literalmente, para que se envenenen y al hacerlo envenenen su entorno.

Mientras existen innumerables invitaciones para el consumo de comidas con colorantes, saborizantes, preservantes y demás añadidos químicos de laboratorio que está comprobado que son nocivos para la salud, ¿quién insiste en la conveniencia del consumo de frutas y verduras con la misma insistencia?

El estudio de la manera como “vienen empacados los productos naturales” podría ser una asignatura en las escuelas. Podría estudiarse el empaque de una granadilla, de un banano, de una mandarina, de un mangostino, de una guanábana  plantear una competencia con los empaques de los productos industriales en cuanto a belleza, comodidad, perfección, etc. De pronto las copias que hagamos a la naturaleza pueden funcionar para inventar soluciones y ofrecer productos más sanos, deliciosos y en general, convenientes.  De pronto aun es tiempo de recuperar los sabores naturales que día a día están siendo reemplazados por sustancias originadas en el laboratorio para exasperar los sentidos (o algo así).

Pensemos en cuánto le cuesta al planeta la producción (y desecho) de un empaque plástico y comparémoslo con los costos planetarios de las frutas y alimentos naturales. Es por ello que difícilmente puede creerse en los compromisos para con el planeta de quienes van incluso con discursos interesantes de defensa de nuestra GAIA, con una botella plástica de agua o unos zapatos o sudaderas producidas en las maquilas, …

¿Podremos ser consecuentes? Es algo que cuesta, pero ¡Esos costos son los que tenemos que pagar por el agua, el aire, las frutas, etc., que están ahí para nuestra vida!! Y que son prácticamente gratis…