Por: Dino Segura 

Coordinador General Corporación Escuela Pedagógica Experimental 

Una contribución muy interesante a la polémica que se desató con respecto a la cientificidad o no cientificidad de los saberes ancestrales y a la exigencia de algunos a restringir la validez de los conocimientos al pedido y aplicación del método científico nos la plantea José Fernando Isaza en su columna de El Espectador (https://www.elespectador.com/opinion/metodo-cientifico-columna-905487). Isaza en últimas sostiene que las matemáticas que conocemos y que tanto respetamos están muy distantes de la aplicación del método científico, incluso muy lejos de la experiencia y que en general, no se puede restringir el conocimiento a la aplicación del método científico.

Quisiera anotar con respecto a la polémica, que además de ser convenientes estas reflexiones nos muestran también aspectos interesantes y quizás lamentables del sistema educativo. Lo primero es plantear el papel que juega el método científico en la práctica. Podíamos pensar que en los procesos de inventar explicaciones para hacer comprensibles los datos y problemas que se estudian (que es la función de la explicación en la ciencia) hay dos momentos, aquel de la creatividad y la imaginación que permite plantear una hipótesis.

Y, luego el del control para evitar que cualquier hipótesis siga el camino sin habernos asegurado de su ¿Validez? ¿Justeza? ¿Conveniencia? ¿Posibilidad? A este último proceso se le llama la aplicación del método científico. En fin, es un procedimiento para que no haya colados (o sea, hipótesis coladas). Alegóricamente podríamos decir que el método científico plantea unas fronteras que mantienen la creatividad encarcelada, máxime cuando su aplicación está en manos de humanos colmados de intereses no siempre “objetivos” como lo exige el mismo método científico.

Lo que quiero señalar con relación al sistema educativo es que, de esos dos momentos señalados antes, en las clases se da más importancia al proceso de control, que al primero, que es de creación. Es así como muchas más personas son hábiles en desacreditar las hipótesis que plantean otros que en inventar propuestas alternativas. Incluso podríamos decir que son más los que se dedican a investigar lo que otros están investigando, así se trate de asuntos realmente raros e inútiles para nosotros, que en inventar un problema pertinente para nuestra realidad cercana.

Podríamos anotar también que esa misma situación, tal vez de menosprecio a nuestras posibles inventivas, se corrobora en los procesos académicos en los que se enfatiza mucho más en las lógicas deductivas (estériles diría Poincare) y en las elaboraciones inductivas (siempre susceptibles de los temibles cisnes negros), que en los estudios y ejercicios de las lógicas adbuctivas (C. S. Pierce) que con armas interesantes como los modelos y las recurrencias van por el mundo inventando posibilidades y haciéndolas realidad, no solo en el terreno de la ciencia sino de la poesía ya que es en la lógica abductiva donde está en la base, tanto de las teorías de la ciencia como de las metáforas de los artistas.

El otro aspecto de la aplicación del método científico es preguntarnos, ¿Cuando una novedad supera las exigencias de su aplicación, qué es lo que se logra?  Y creo que es importante plantear que no se trata de haber definido si la hipótesis es o no verdadera, sino más bien si “encaja o no en el conjunto de explicaciones aceptadas” por los científicos. Y si encaja es un resultado científico, si no, no. Y eso no tiene que ver con la verdad sino más bien con las convenciones aceptadas.

Esta polémica que es sin duda interesante, aunque puede ser estéril, podría orientarse hacia recomendaciones acerca de lo que hace nuestro sistema educativo. Mi planteamiento es que la lógica que debería primar en las aulas y actividades escolares es la lógica abductiva que es posible incluso en las clases de matemáticas en donde hemos mostrado que, de verdad, nuestros estudiantes pueden “hacer matemáticas”. Reiterémoslo, si no salimos de las prácticas escolares de repetición y memorización y del aprendizaje inocuo de algoritmos y procedimientos, no tendremos una escuela capaz de ver lo diferente y de proponer lo novedoso.