¿Será que la mezquindad nos aproxima a una explicación?

Hace unos 400 años surgió la modernidad y su perspectiva como horizonte para la humanidad fue no solo clara sino convincente: con ella aparecieron frente a la ignorancia y la impotencia que conducen a dejar la vida en manos de la suerte y el azar, el conocimiento y la tecnología que nos garantizan comprender y saber qué hacer, por una parte
(Z. Bauman) y, por otra, los cimientos de una confianza en lo que será, que inutiliza la magia y no requiere de la suerte.

Y durante estos más de 300 años la humanidad se ha llenado de explicaciones y teorías y a su vez estas se han proyectado en artefactos y dispositivos que nos deslumbran y nos continúan sorprendiendo día a día. Si hace unos 400 años nuestros antepasados admiraban y se miraban en los espejos, hoy en día estamos presos de los teléfonos inteligentes y demás chatarra en la que a la vez que nos miramos, buscamos quizás (con alguna dosis de esperanza) encontrarnos diferentes de lo que somos.

Tenemos así al menos dos miradas hacia la tecnología y dos implicaciones de ellas en nuestras vidas. Nos encontramos, por una parte, ante una tecnología contemporánea, hecha para las multitudes, como un gran espectáculo, casi siempre inútil, que las obnubila de manera encantadora.

​Y a la vez, ante otra tecnología que no vemos, que nos controla, predetermina y esclaviza: estamos así en las listas de las agencias, los bancos, almacenes y sistemas de seguridad. Y entonces sentimos que somos objetos de manipulación. No tenemos que decir el nombre, con un número ya lo saben todo.

Nuestras decisiones no importan, ya todo está decidido. Este mundo que por una parte es maravilloso ya que es mucho más que lo que pudieron haber soñado nuestros antepasados es, a la vez, mucho menos que lo que hubieron querido. Ni el conocimiento ni la tecnología han servido para hacer la vida razonable, ni nuestras sociedades vivibles.
 
En estos momentos ya no es asunto ni de conocimientos ni de tecnología, lo que se necesita ya se posee. Sabemos lo que hay que hacer, aún más, sabemos cómo hacerlo. En estas circunstancias:  ¿Cómo se explica que pudiendo haber alimentación para todos en el planeta, haya tantos que mueren de hambre? ¿Cómo se explica que pudiendo en el planeta vivir todos decentemente existan desigualdades ignominiosas? ¿Cómo se explica que nos estemos matando ante la mirada indolente de todos nosotros y que estemos convencidos de que no es posible hacer algo?
 
Y estas preguntas se pueden plantear a nivel planetario, continental, regional, nacional. En ninguna parte hay respuestas satisfactorias.
Entonces, estando en la cumbre del conocimiento y la tecnología volvemos al punto de partida, no sabemos qué pasará mañana, navegamos en un mar de incertidumbres, sólo nos queda encomendarnos a la buena suerte y esperar los buenos oficios del más allá, rezar.

Así pues, no era ese el asunto. No basta con el conocimiento y la tecnología, se requiere de algo más, porque ante el fracaso de la ciencia y la tecnología por lograr una manera decente y satisfactoria de vivir surgen infinidad de religiones y creencias, con sus rituales y consignas que en vez de unir escinden más, mucho más.
 
Tratemos de comprender. A la par que la investigación científica y los desarrollos tecnológicos se han dado, también se han transformado los criterios de felicidad. Si bien la satisfacción de las necesidades es fundamental, también lo son asuntos como el reconocimiento (como nos lo reiteran Hegel y Fukuyama, por ejemplo). Por lograr reconocimiento se puede incluso sacrificar la satisfacción de necesidades importantes.
 
Y en nuestra sociedad de mercado el reconocimiento se presenta de múltiples formas, y algunas de ellas tienen que ver con la incentivación del consumo, la búsqueda de la diferencia, la constatación de la rareza (por ejemplo en la chatarra electrónica o las camisetas de los deportistas, de novedades permanentes).

​En este orden de ideas, parece ser que una vez se han satisfecho las necesidades la felicidad, parece relacionada con el placer de sentir que otros no lo han logrado y en consecuencia o bien evitamos que lo consigan o inventamos otras necesidades que para los demás sean inalcanzables.

El asunto se convierte en una cadena interminable de propósitos y realizaciones, no todos tan humanos como quisiéramos. No quiero pensar que en el fondo seamos tan mezquinos, pero sólo la mezquindad (aupada por un modelo económico) parece explicar lo que está sucediendo tanto a nivel planetario como a nivel nacional.
 
No es que lo quiera tener (porque no lo necesito), lo que quiero es que otros no lo tengan y por eso lo quiero tener.

Dino Segura