Coordinador General Corporación Escuela Pedagógica Experimental
Con frecuencia nos jactamos de nuestra sociedad, de sus avances y posibilidades, de lo que podemos llegar a hacer y a ser. Esos orgullos nos han llevado a autodenominarnos como la SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO. Y es tan determinante la auto-denominación que no caemos en la cuenta de su falacia. En el devenir de la humanidad hubo un tiempo en el que casi cualquier miembro de la comunidad poseía el conocimiento TOTAL para sobrevivir satisfaciendo las necesidades y superando las dificultades. En la época de los cazadores/recolectores todos sabían acerca del fuego y la caza, la siembra y la recolección, la confección de vestidos y la preparación y fabricación de las armas, por ejemplo. Es importante reflexionar acerca de lo que esto significa en los procesos de selección y superación de dificultades, en el encuentro de alternativas nunca antes utilizadas y el compartir de búsquedas y encuentros. Estas personas sabían mucho y, seguro, eran capaces de subsistir en las situaciones estándar de todos los días.
Con el tiempo vino la especialización y hubo quienes en vez de salir a la caza o en vez de fabricar hachas y cuchillos, se dedicaron a sembrar y seleccionar semillas y los unos que sabían mucho de algo, eran completamente ignorantes de casi todo. Se hizo necesaria la cooperación. Si no se lograba, estaba en peligro la subsistencia. Y la cosa ha seguido en esa tendencia, hasta aquella sociedad caricaturizada por C. Chaplin (tiempos modernos). En la que, por ejemplo, alguien aprieta la tuerca de un mecanismo que le llega en una banda mecánica y la banda sigue su camino y le trae otro mecanismo para apretar la tuerca y así, aprieta tuercas incesantemente. Y le pagan por esto, a él y a otros miles de personas que se encuentran a la vera de la banda de transporte que aprietan otras tuercas, o colocan otros tornillos o sujetan una lámina o lo que sea. Y estas personas, que no saben ni por qué ni para qué aprietan la tuerca lo único que hacen es apretar la tuerca o conducir el bus o vender en la librería o llevar el archivo del proceso o, tantas cosas que se hacen al margen de la banda de transporte, en una sociedad que no sabemos para dónde va ni tampoco las implicaciones de lo que hacemos en los procesos y en nuestras propias vidas.
Si reflexionamos sobre todo esto que sucede podemos preguntarnos acerca de si de verdad vivimos y formamos parte de esa sociedad del conocimiento. Claro, las novedades de hoy están determinadas por nuestros conocimientos de hoy y la manera como avanzan las novedades en la tecnología es sobrecogedora y alarmante hasta tal punto que no sabemos en dónde se encontrará cada uno de nosotros en esa sociedad que evoluciona como lo está haciendo esta sociedad. ¿Seguirá existiendo en el futuro esa tuerca que aprieto todos los días y de la cual depende mi subsistencia?
Pero eso ha sucedido siempre. La manera como apareció la transformación de la energía en el siglo XIX, o como incursionó la imprenta en el siglo XV o se llegó a la edad del bronce hace 6000 años, por nombrar tres hitos, fue en su momento avasalladora y asombrosa. Y ahora qué viene nos preguntábamos y nos preguntamos. Pero tal vez, nunca antes como ahora hemos sido tan ignorantes acerca de nosotros mismos y acerca del papel que jugamos en el mecanismo social. La distancia que existe entre lo que hacemos y nuestra capacidad de comprensión es abismalmente grande, inexpugnable y, a veces invisible.
Vivimos la sociedad el conocimiento y ¿Acaso comprendemos lo que tenemos en nuestras manos? Comprendemos ¿Por qué los ajos traídos de China son más baratos que los cosechados en Colombia? Vivimos tal vez en la sociedad de la ignorancia y en el contexto en que vivimos somos cada vez más ignorantes. Ahora, y sobre esto volveremos luego, debemos recalcar que en nuestra cotidianidad hay varios tipos de conocimiento. Tenemos el conocimiento que de manera directa está innovando permanentemente en nuestras vidas con asuntos inútiles y peligrosos con la única razón de promover el consumo por el consumo mismo como determinante económico que para nosotros está inmerso en la ignorancia y están otros conocimientos no científicos que no sabemos sus orígenes pero que disfrutamos cotidianamente como los sabores que nos deleitan y que manejan nuestras abuelas sonrientes cuando nos ofrecen el segundo plato de ajiaco o un dulce de Papayuela.
Esto lo podemos observar nosotros, los que tenemos ya ciertos añitos y lo valoramos mucho porque fue lo que vivimos, con lo que crecimos y a pesar de haber vivido dificultades y tropiezos siempre se recuerda lo de momentos felices, tal vez porque inconscientemente olvidamos lo que no queremos recordar y me parece que es bueno de cierta manera pero malo porque tal vez volvamos a cometer errores que ya se han cometido, lo mismo pasa con las nuevas generaciones, estoy seguro que lo del ajiaco y el dulce de papayuela no son importantes para ellos porque ni siquiera saben de qué habla, para ellos su pasado es diferente y las cosas que recordarán como importantes también van a ser diferentes a las nuestras por lo tanto su conocimiento lo aplica solucionado problemas presentes y actuales, porque para ellos el pasado ya fue solucionado.