Por: Dino Segura
Coordinador General Corporación Escuela Pedagógica Experimental
Una de las consecuencias de la educación autoritaria, en donde todo esta resuelto a espaldas de maestros y estudiantes, es la incapacidad de tomar decisiones por sí mismo cuando ello se requiere. En nuestra escuela usual existen disposiciones que hacen que la estructura de la escuela y los elementos de organización que determinan la cotidianidad en cuanto a las metas y los procedimientos para lograrlas estén efectivamente determinados en los consabidos currículos (que disponen acerca de metas y métodos para la academia, esto es para los saberes que cada quien debe memorizar) y los manuales para todo, incluso para la convivencia. En ellos está establecido lo que se busca, cómo debe buscarse y las medidas de control para garantizar que, aunque no se quiera, siempre existirán las herramientas para obligar a todos a comportarse dentro de los parámetros establecidos.
Así pues, definidos los manuales y el currículo supuestamente lo único que resta es la obediencia … Pero ojo, se requerirá también de un aparato que controle y meta en cintura a quienes por las razones que sean decidan colocarse al margen de lo establecido. El asunto es que todos los presupuestos e imperativos que se han establecido para que la institución marche, obedecen a cierta racionalidad que no es necesariamente compartida por todos. Por ejemplo, es posible que en las exigencias se establezcan criterios sobre las faldas de las niñas y el cabello de los niños; que se definan las relaciones entre la evaluación y la asistencia a clase y los retardos y las intervenciones y la participación, etc., Y, es posible que todos no estén de acuerdo con todo esto. El que existan maestros y alumnos que tengan diferencias frente a las disposiciones conducirá, o bien, a exigir participación en la redacción de los manuales para cambiarlos, o a eludir estratégicamente su cumplimiento, por ejemplo, a comportarse de una manera en la presencia de quien controla el cumplimiento de los manuales y de otra manera en su ausencia.
Esta es una primera aproximación a lo que suele suceder en nuestras instituciones educativas desde el pre-escolar hasta el doctorado, cuando alguien se matricula, e ingresa a una institución en la que, desde el punto de vista del clima institucional, ya todo está resuelto y en donde la participación es una rareza. Tenemos pues que, aunque se diga otra cosa en declaraciones y planes de estudio, en la práctica no hay democracia, no hay posibilidad de tomar decisiones, no hay autonomía ni libertad, lo que tenemos es un régimen de obediencia y autoritarismo que posiblemente continúa en la escuela el autoritarismo que se vive en el hogar de manera natural (y cultural).
Y, qué pasa en frente de las emergencias que se derivan de la pandemia que estamos viviendo. Sucede que necesitamos que cada quien esté en capacidad de tomar decisiones. Tenemos entonces que paradógicamente, después de haber estado viviendo este régimen autoritario durante nueve años quienes viven la educación básica, once quienes logran el bachillerato y otros cinco o diez años nuestros graduados y posgraduados, llamamos a la gente a que se auto-regule: ¿eso qué es?, o a que ¡asuma autónoma y responsablemente su vida en la sociedad! O a que tome decisiones inspiradas en la solidaridad y el respeto por el otro. Les pedimos que se comporten como nunca la escuela lo ha enseñado (ni les ha permitido) hacerlo.
En primera instancia hemos visto, al menos en Bogotá, cómo la educación en la obediencia de cierta manera garantiza algunas cosas como los encierros, el pico y placa, el régimen del día sin carro, el pico y placa ambiental, … pero, apague y vámonos. De ahí en adelante, si en la escuela aprendimos que hay que buscarle el esguince a la norma, pues busquémoselo a esta que están proponiendo. Además, si aprendimos que las normas tienen mucho de arbitrariedad, no las consideramos como elemento de admiración sino como fruto del capricho y como la manera de violarlas ha sido un aprendizaje exitoso, pues procedamos en consecuencia y entonces tenemos que a nivel ciudadano el asunto se complica aun más.
En el momento no estamos muy preocupados por las decisiones que tenemos que tomar, nuestra preocupación es conocer qué es lo que hay que hacer, cómo debemos comportarnos y hasta cuándo. De ahí en adelante el comportamiento estándar es ser obedientes. Nuestra participación termina cuando conseguimos a alguien que mande. Y mientras más mande, mejor. En esa misma medida este hecho nos exonera de la incomodidad de pensar en las decisiones que debemos tomar. Vivimos y nos encanta un régimen en donde las grandes decisiones las toman otros. En esta dinámica lo que quisiéramos es vivir la tranquilidad que inspira la obediencia.
Pero si algo tiene que cambiar cuando esto pase (seamos optimistas) es el régimen escolar en el que la democracia debe definitivamente ocupar algún un lugar.