Por: Dino Segura Robayo
Coordinador General Corporación Escuela Pedagógica Experimental
A veces logramos que la experiencia nos sirva para decidir. No es fácil. Y no lo es entre otras cosas, porque las experiencias no son desnudas, vienen arropadas con las vestimentas de los intereses y los deseos. Y quienes las consideramos tampoco somos ni idénticos ni libres de concepciones y compromisos, así pues, todas se verán a través de nuestra subjetividad. Por ejemplo, ante la urgencia de decidir qué hacer en un futuro inmediato en la educación, ¿qué nos dice la experiencia? Y, me refiero, a la experiencia nueva de estos pocos meses.
- Para algunos se ha demostrado que es posible virtualizar, esto es digitalizar la escuela, de tal suerte que podemos remplazar exitosamente la universidad o el colegio o la escuela usual por estrategias virtuales o digitales, esto es por comunicaciones vía internet. Para estas personas lo sucedido es tan prometedor que podemos continuar en el segundo semestre de 2020 con estas prácticas a todos los niveles escolares, con la convicción de que las experiencias serán incluso mejores. Hay ofertas (nacionales y extranjeras) sustentadas en este optimismo (o en este espejismo) para prácticamente todos los niveles escolares de pregrado y de posgrado.
- Para otros, la experiencia ha sido muy buena pero no tanto como para digitalizar totalmente las prácticas. Debemos buscar una solución híbrida, que paso a paso nos lleve ya sea a esa deseada digitalización de la escuela o a nuestra escuela de antes.
- Para otros, lo que ha sucedido es simplemente desastroso. En primer lugar, aún en el mejor de los escenarios virtuales, si bien se pueden remplazar las clases, es imposible remplazar la universidad (o el colegio o la escuela). Y, en segundo lugar, la virtualización de la educación sería el fin de la especie. Yo quiero sumarme a este grupo de descontentos.
Hay varias razones por las cuales insisto en que la experiencia digital que vivimos es desastrosa. Quiero decir, además, que en eso, en que sea desastrosa, somos afortunados, si hubiese sido exitosa sería un peligro. He conversado con maestros de diferentes niveles que definitivamente tienen razones suficientes para sentirse orgullosos y satisfechos por lo que hicieron durante la cuarentena y seguramente podrán hacer en un futuro inmediato: hay entrega, afecto, formación, capacitación permanente (con grupos de trabajo autónomos), deseo y búsqueda incesante por hacer mejor las cosas. Pero, como lo argumentaba hace unos días en esta misma columna, se pueden remplazar las clases, lo que no se puede es remplazar ni la universidad, ni los colegios, ni las escuelas … La educación es mucho más que clases y contenidos y memorización y exigencia rutinaria y permanente.
Ahora bien, al conversar con estos mismos maestros encuentro que lo que sucede en la educación no depende exclusivamente de lo que ellos hacen o quieren hacer, al otro lado de la línea el mundo es muy diverso y, a veces, lacerante. Hay una diversidad escalofriante en recursos, posibilidades, acompañamiento y formación. Al otro lado de la línea se erige como un fantasma la inequidad. Así como hay niños con padres profesionales que ayudan eficazmente con tareas y discusiones, tenemos también niños con padres analfabetas que trabajan aseando locales o cargando bultos (coteros) cuyo acompañamiento es también amoroso y de entrega (la ilusión por ver educados a los hijos), pero totalmente inútil, que no pueden evitar lo que me dijeron: nos pusieron 1 en inglés y en matemáticas. La razón, no pudieron enseñar al niño la división por tres cifras ni entendieron nunca en qué consistía el taller de inglés.
Y la inequidad no solo se ve en esas diferencias que se proyectan profundizándose por la carencia de formación. Es también la carencia de recursos, de equipos, de “hora de internet”. Además debemos estar alertas, esto no se arregla con darle un equipo a cada niño, ni con dar tiempo de conectividad. Siempre la tecnología además de estructurarse con dispositivos (máquinas) y materiales está encarnada con una manera de pensar, de concebir el mundo, de concebirnos en el mundo.
Hay casos en que los maestros envían a los niños talleres ininteligibles sobre asuntos que los niños nunca han visto. Lo que consiguen con esto es que los padres se sientan más y más incapaces y todo por ser precisamente eso miserables e incapaces. Viendo esta amalgama de experiencias, que por su puesto no aun está cuantificada ni avalada observaciones rigurosas (se trata solo de casos incidentales sueltos), no puedo pensar en que sea conveniente ni para el país ni para la educación que la digitalización se proyecte y profundice.
Una digitalización perfecta sería la desaparición de la humanidad, pero esto lo discutiremos luego…