Dino Segura Robayo

Co fundador EPE

Hablamos de lo que sabemos. De lo que tenemos que saber en dos instantes distintos de nuestra vida como especie.  Si comparamos las habilidades con que debía contar un exponente de la sociedad de recolectores, hace unos 10.000 años frente a las que nuestra sociedad exige en la actualidad, encontramos cosas sorprendentes. Mientras hace 10.000 años cualquier miembro de la manada tenía que satisfacer sus necesidades: cazar, preparar las armas o herramientas, defenderse de otras fieras, fabricar vestimentas y prender el fuego; en nuestra sociedad, cualquiera de nosotros estaría en franca desventaja y perecería al tercer día de soledad en la pradera, en la jungla, incluso en las ciudades abandonadas.

El tiempo pasa y necesitamos saber menos para vivir. Supuestamente para vivir mejor. En nuestros tiempos a medida que avanzamos, en la ciudad inteligente, en el edificio inteligente con nuestras máquinas domésticas inteligentes. Disminuimos las posibilidades y la necesidad de tomar decisiones.

La tendencia nos convierte en un apéndice de las máquinas. En términos de ejecutores y no de quienes toman las decisiones. Utilizamos los electrodomésticos de acuerdo con las instrucciones, sin la menor posibilidad de involucrarnos en ellas. El caso de los geo-posicionadores en los automóviles es exasperante. Llegamos a donde queremos sin tener la menor idea de la ruta que seguimos. Con solo obedecer las instrucciones de la aplicación: “¡Has llegado a tu destino!”.

A mi juicio, llegamos a un estado de cosas en el que los seres humanos no podemos ser responsables. Las decisiones no las tomamos nosotros sino la aplicación. Ser responsable significa asumir las consecuencias de las decisiones que se toman. En la actualidad, en un mayor número de casos, nosotros no somos quienes toman las decisiones y surge la pregunta: ¿Quién manda aquí?

A partir de lo planteado emergen dos consideraciones complementarias: Por una parte, no nos encontramos en la sociedad del conocimiento; más bien, en la sociedad de la ignorancia. Por otra parte, es necesario recuperar la posibilidad de ser responsables.  Va de la mano con la opción de ser demócratas.

En cuanto a lo primero, debemos distinguir al menos dos tipos de inteligencia: la inteligencia individual y la inteligencia colectiva o social.  La inteligencia individual día a día es precaria, de tal suerte que no solo vivimos en un mundo desconocido, como en una selva de elementos naturales y artificiales, sino que no mostramos ninguna intención de tratar de comprenderla.

Todos los días sumamos a nuestro entorno desconocido más y más artefactos que podemos manipular, sin comprenderlos, sin la menor preocupación frente a tal ignorancia. A la par tales artefactos, procesos, aplicaciones aumentan y muestran que la existencia de una inteligencia social colectiva más exuberante, que no está en ninguna parte de manera individual, sino en grupos y colectivos creativos. En estas condiciones, debido a nuestra ignorancia, difícilmente podemos hacernos responsables de las consecuencias de nuestros actos.

Se ha dicho que la manera de evidenciar los ambientes democráticos es mostrar la participación. Si no hay participación, lo que tenemos es el imperio de la obediencia. La obediencia es el indicio de sociedades autoritarias que riñen con la democracia. Participamos en entornos dominados por la ignorancia cotidianamente.

Este estado de cosas tiene que cambiar. Si queremos actuar responsablemente, el comportamiento social tiene que ser diferente. No sólo estamos haciendo invivible el planeta, sino que momento a momento aumentan las amenazas de destrucción derivadas de nosotros mismos, por la manera como nos organizamos y defendemos nuestra organización.

¡Sí! Este estado de cosas tiene que cambiar. Es hora de asumir responsablemente nuestro comportamiento. Tenemos que reconocer que somos ignorantes con respecto a lo que sucede, a la manera como solucionamos nuestras dificultades, a la manera como nos divertimos, sobre todo, a la manera como crece nuestra indolencia e indiferencia frente a lo que hacemos y no hacemos. No nos damos cuenta de las implicaciones de nuestro comportamiento cotidiano, lo que es peor, no queremos darnos cuenta de ello.

Estos tres aspectos: (1) la ignorancia, por una parte, (2) no darnos cuenta de lo que está sucediendo y (3) no querer darnos cuenta de ello, son consecuencias de nuestra cultura sumisa. Sin el convencimiento de nuestras posibilidades de protagonismo, de transformación. Sin el conocimiento de lo que han sido capaces de hacer nuestros compatriotas contemporáneos de hoy y nuestros ancestros. Con la ilusión y la certeza de que la solución de nuestros problemas vendrá empaquetada en un container, que viene de muy lejos. Lo que tenemos de frente a nosotros es una cultura repetitiva y manifiesta en las relaciones, en la familia y en la escuela en donde la autoridad otorga la tradición.

Repetimos lo que nos ordenan repetir. Enseñamos lo que nos ordenan enseñar. Ignoramos lo que nos ordenan ignorar. Reemplazamos el deseo de saber de nuestros estudiantes por certificados que dejan en claro que este individuo es alguien: obediente.