En la escuela suceden muchas cosas. Entre ellas debemos anotar que suceden muchos aprendizajes. Hasta ahí seguramente coincidimos aunque debemos anotar que en todas partes y en cualquier parte se dan muchos aprendizajes. La diferencia clave es que la escuela es una institución constituida para que precisamente allí se den aprendizajes y por eso en la escuela muchos son aprendizajes intencionales.
Al considerar nuestra situación nacional y con ello al pensar en lo que deberíamos procurar desde la escuela para nuestro país, nos encontramos con que contradiciendo las expectativas usuales, muchos de nosotros no considera que los aprendizajes en la escuela deban orientarse a reproducir nuestra sociedad. Es más, nos sentimos con la obligación de contribuir a transformar la sociedad.
Lo que quiero decir es que en consonancia con lo que proponía hace unos días, pienso que con lo que hagamos en la escuela debemos contribuir a la transformación de la sociedad y más exactamente, a la transformación de nuestra cultura.
A la pregunta de hace unos días a propósito del informe de la Comisión de la Verdad que planteaba qué hicimos, dónde estábamos, por qué no hicimos nada, mientras sucedían tantas atrocidades, debemos considerar que existen varias situaciones posibles. En algunos casos primó la indiferencia, en otros, el miedo y en muchos, la invisibilidad de los acontecimientos, no veíamos lo que estaba sucediendo. Creo que las diferentes posibilidades tienen que ver con la cultura. La cultura hace que muchas cosas se invisibilicen en cuanto se consideran evidentes y no nos impactan, no las vemos, no las distinguimos. Creo que la indiferencia tiene que ver también con la falta de formación en la participación, estamos acostumbrados a que nos indiquen qué hacer más que a decidir por nosotros mismos lo que debemos hacer.
Además, desde muy pequeños hemos escuchado la recomendación, no te metas en lo que no te están llamando y, lo hemos aprendido. Esas recomendaciones vienen de todas partes. Se dan en la casa y en la escuela, en la calle y con los amigos. Es más, a veces la colaboración y solidaridad se sancionan socialmente y pocas personas son capaces de superar la denominación de sapos.
Reitero, mucho de lo que debe hacerse en las escuelas tiene que ver con la cultura. Tenemos que contribuir a cambiar nuestra cultura. Y cuando pienso en ello me convenzo más de que el asunto no es están simple y que aunque tomemos esa decisión las cosas no son claras.
Claro que pueden hacerse muchas cosas para que la escuela sea más nuestra escuela y no una sucursal de las escuelas de todo el mundo. Podemos procurar que nuestras urgencias y posibilidades sean visibles, conocer nuestras epopeyas, recuperar y proyectar nuestros conocimientos y conquistas. Podríamos así avanzar en el conocimiento y la escritura de nuestra historia y de nosotros mismos.
Pero, a mi juicio, no se trata de cambiar de aserciones para seguirlas repitiendo por ahí convirtiéndolas en la verdad, en la única verdad. Creo que cambiar de los contenidos que se enseñan, es una necesidad importante pero no arregla mucho. A mi juicio, lo que tenemos que buscar es otra cosa que creo que se llama democracia, aunque acepto, el significado de la democracia no es tan claro. Cuando hablo de la democracia no me refiero al procedimiento mediante el cual las mayorías corroboran sus mayorías para desconocer la existencia de las minorías y de sus derechos.
Me refiero a la democracia como nos lo enseñó C. Gaviria. Como la responsabilidad que acompaña la autonomía, es el deber y la posibilidad de participar.
Me refiero a la democracia como lo planteaba E. Zuleta, “Democracia es derecho a ser distinto, a desarrollar esa diferencia, a pelear por esa diferencia, contra la idea de que la mayoría, porque simplemente ganó, puede acallar a la minoría o al diferente. …La democracia no es el derecho de la mayoría, es el derecho del otro a diferir. ¡Esa es la democracia que vale la pena defender o alcanzar!”
O como lo señala H. Maturana, ¨Si uno va a los orígenes de la democracia lo que uno descubre es que ella surge como un modo de convivencia entre iguales, entre seres que se respetan, que tienen derecho a opinar y a participar de las decisiones que los afectan. ¿Qué tiene que pasar para que de hecho podamos hacer una vida democrática? —Debemos que ser capaces de vivir en la colaboración, tenemos que ser capaces de hacer de ese espacio de convivencia que es la familia, un ámbito social”.
Así pues, la democracia puede entenderse ajena a votaciones y elecciones. Se trata así de una manera de ser ciudadano. De una manera de vivir.
Veamos un ejemplo. Si observamos nuestras conductas se observa que nuestras urgencias se han convertido en urgencias individuales y que permanentemente nos comprometemos con solucionar nuestras necesidades individuales y muy rara vez tratamos de organizarnos como colectivo para ello. Talvez en nuestro edificio cada habitante paga su conexión a internet. Hay más de cincuenta cuentas. Si sólo hubiese una o dos conexiones super-potentes para todos sería más barato y mejor. Pero no es lo usual y encontramos muchas razones para que esas cosas sean individuales y eso es promovido por el consumo en esta sociedad de consumo.
Ese es sólo un ejemplo. El individualismo y la democracia rara vez van de la mano. Y eso lo aprendimos en la casa y en la escuela. Estos dos nichos sociales son en general profundamente antidemocráticos y autoritarios. Es difícil cambiar los rituales familiares que están inmersos en nuestra cultura autoritaria y dogmática. Pero, a mi juicio, si queremos contribuir a cambiar nuestra cultura y lograr la cooperación y la solidaridad, la participación y la autonomía, el respeto y la libertad, en fin todas esas promesas de la democracia, tenemos que tener escuelas democráticas.