Por: Dino Segura Robayo
Cofundador Escuela Pedagógica Experimental
Ya en 2023 volvemos con lo de siempre, pero con otro ropaje. Estamos otra vez con temas de educación.
Como lo hemos reiterado, un aspecto fundamental de la escuela y, digamos, de la educación es la cultura. Si bien la escuela ha sido concebida como un instrumento para garantizar la continuidad de la sociedad y especialmente para reproducirla, hoy como siempre, es importante considerar hasta qué punto nos encontramos ante la urgencia inaplazable de contribuir a las transformaciones sociales y concretamente a las transformaciones culturales. En otras palabras, existen muchas variables que nos llevarían a repensar hasta qué punto, de verdad, debemos reproducir esta sociedad que hoy vivimos.
Y cuando digo esto me refiero a las estadísticas que nos colocan en lugares vergonzosos en el mundo y que se relacionan con las maneras de vivir y de solucionar los conflictos y de relacionarnos con los demás. Sobre esto ya hemos insistido antes pero no sobra reiterar que en términos de segregación andamos mal (frente a la diversidad étnica, frente al género, frente al pobre, etc.) y en términos de seguridad baste recordar los asesinatos de los líderes sociales y los feminicidios. Ante esta situación no sobra preguntarse cuál puede ser el camino para llegar a soluciones o al menos para mitigar lo que sucede. Y a mí me parece que en esto la escuela juega un papel fundamental.
Lo que se ha intentado en estos recientes años es bastante desalentador. Creo que ante la impotencia de la escuela y de las otras instituciones en su contribución educativa, para lograr por ejemplo elementos de respeto, comprensión y orden en la movilidad y uso de las calles y senderos, la vía que se está adoptando (creo que con un éxito bastante cuestionable) es la utilización de cercas y bolardos y una diversidad de obstáculos como mallas y “polisombras”. Es la opción más elemental, se trata de volver a los potreros en los que para mantener al ganado en su zona de pastaje se arman potreros. En fin, si no logramos educarnos la opción es tratarnos así. Es difícil encontrar otras ciudades del mundo en donde el gobierno trate así a los ciudadanos.
Claro, detrás de todo esto existe una variedad muy grande de elementos culturales que lo promueven y que conducen a que vivamos lo que vivimos, sin darnos cuenta de la manera como estamos siendo tratados, es algo que se vuelve invisible. Un elemento que a veces es difícil de ver y que se está haciendo cada día más importante en nuestra cotidianidad es el desaparecimiento del colectivo. Recordemos que los elementos que restringen la libertad y que al mismo tiempo la hacen posible son las normas. Las normas surgen porque existen los colectivos, esto es, grupos de personas que se identifican por tener iguales propósitos o iguales problemas (que se quieren resolver) y que inventan las normas para hacer posible lograr las metas o las soluciones, pues reconocen que todos pueden contribuir a ello y tienen derecho a intentarlo.
En nuestra sociedad desde hace tiempo se está enfatizando en que cada quien puede y debe ser capaz de solucionar sus problemas sin el concurso de nadie. Claro, esta manera de pensar es muy atractiva en la sociedad de consumo. En mi edificio viven unas 50 familias y para la sociedad de consumo es mucho mejor que cada quien tenga sus herramientas (por ejemplo, taladros y caladoras y destornilladores) a que en el edificio exista el acceso a ellas cuando sea necesario, al fin de cuentas, cada quien utiliza el taladro a lo sumo 5 horas en el año. Lo mismo podría decirse de una única red de internet que podría dar servicio a todos con menores costos.
Esta manera de pensar, sin proponérselo está enfatizando en la libertad individual. Cada quien debe estar en capacidad de solucionar sus problemas en el momento en que quiera y sin pedirle permiso a nadie.
Y esa manera de vivir en donde decidimos sin contar con nadie más, en donde la libertad individual no reconoce al ser gregario que somos todos nosotros, se está imponiendo y seguramente profundiza las inequidades y diferencias. Y como lo anotábamos esta desaparición de los colectivos nos lleva a no reconocer la necesidad de la norma o a verla solo desde la perspectiva en que limita la libertad. Desgraciadamente las escuelas se hacen cada día más individualistas y las necesidades de contar con el colectivo se hacen cada vez menos presentes. Entonces las normas aparecen como imposiciones, a veces arbitrarias, tomadas por otros. Como no tenemos experiencias en la construcción de las normas, estas aparecen de pronto como fantasmas inventados por personas que quieren amargarnos la vida.
A mi manera de ver, la escuela debería ser un laboratorio de convivencia en el que tenemos la oportunidad de elaborar normas para fortalecer los colectivos y de lograr metas con el concurso de los colectivos y de festejar esos logros que solo fueron posibles porque logramos construir un colectivo y de defenderlo para que lograra superar las dificultades que se hallaron en el camino.
Es en ese sentido que la escuela debe ser un espacio que se construye y no una institución en la que todo está dispuesto y solucionado de antemano. En este sentido los conflictos, dificultades y problemas son bienvenidos pues es a través de su trámite que se logra ese aprendizaje necesario para vivir en colectivo, para vivir en sociedad.
Ahora bien, convertir las búsquedas escolares en búsquedas colectivas y no solo en retos individuales nos llevaría también a reconocer el carácter social de las instituciones y las ventajas importantes que para la ciencia y su desarrollo devienen de los trabajos en colectivo.