Si alguien debe tomar en serio nuestra cultura, es la escuela.
Quiero volver a plantear una discusión que se mantiene vigente dadas a la vez, nuestras condiciones precarias y la esperanza que surge de las posibilidades de cambio. En ese sentido, me mantengo preocupado por lo que debería ser nuestra educación. La cuestión siempre me ha parecido muy importante, pero por coyuntura es pertinente discutirlo dada la reciente entrevista de Cambio al presidente, a Gustavo Petro. Este manifiesta que para él la educación es particularmente importante y agrega que es tal vez lo más importante de su gobierno. La pregunta es, cuál educación.
Una de nuestras afirmaciones de siempre es que la educación que requiere cada sociedad depende de esa sociedad, esto es, no se trata de un invariante global. De acuerdo con sus condiciones, a través de la educación la sociedad debe plantearse sus metas propias, es por ello que no puede ser la misma para todas partes.
Es por ello que está sobre la mesa la discusión acerca de cuál debe ser la educación que requerimos nosotros los colombianos, en este momento. Y, en consecuencia, nos preguntamos, cual debería ser la educación que deberíamos buscar a través de nuestras instituciones escolares y de todo nuestro sistema educativo.
Claro, nuestra educación ha sido tan descuidada durante décadas que los saldos negativos son muy variados y lamentables.
Nuestro sistema educativo mediante su estructura y las formas de acción ha consolidado elementos como los siguientes.
1. Se abandonan los aspectos claves de creatividad e imaginación y se privilegian los asuntos de repetición, memoria y obediencia.
2. Se abandonan las posibilidades de invención y formulación de hipótesis en frente de ejercicios mecánicos de reproducción.
3. Se ignoran los procesos de discusión que deben acompañar las decisiones sobre y en la organización social y la convivencia y se remplazan por manuales ya hechos, reglamentos y normas… Así, vale más la obediencia que la responsabilidad y la participación.
4. Se adopta una escuela universal en la que las disciplinas y contenidos están en el centro y el estudio de los contextos y la participación de los sujetos se convierten en accidentes o en proyectos efímeros.
En fin, lo que tenemos es una escuela de y para cualquiera, o para ninguna parte, no una escuela colombiana.
En frente de todo esto nos encontramos con los datos de las agencias internacionales, corroborados casi siempre por nuestros propios estudios, que nos llevan a pensar que los problemas sociales más importantes de nuestro país son de otra índole.
1. En Colombia y en algunos países de América Latina crece de manera aterradora el crimen, muchos tipos de crimen, en particular el crimen determinado por factores culturales. Tenemos por ejemplo las segregaciones y discriminaciones de raza, situación social, género, … que conducen a índices vergonzosos de feminicidios y a casos persistentes de acoso y de matoneo, en la casa, en la oficina, en la calle…
2. Por otra parte, para muchos es aterrador que el manejo de los recursos públicos esté en manos de servidores públicos. Pensamos que si los determinadores del gasto son los mandatarios elegidos, estamos perdidos, ahí se mueren las reformas. No es nada nuevo, así se entregó a multinacionales el manejo de nuestros servicios públicos. No podemos imaginar un mandatario honesto: para nosotros lo usual es que con su llegada al poder llegue su cauda de amigos y familiares y que lo único que cambie con un cambio de gobierno sea el grupo de favorecidos: “Nos llegó el cuartico de hora”.
3. Pero si las cosas son así a nivel gubernamental, a nivel ciudadano estamos apabullados por las medidas autoritarias a que llegan las autoridades con tal de que la gente no se mate. Nos encontramos con bolardos y vallas y barreras de diferentes tipos. Todo son órdenes perentorias: No pase, no pare, no recoja, no salte, etc. …
4. Y, al niveles personales vivimos un mundo de desconfianza y a la vez de irrespeto.
Podríamos seguir enumerando razones y ejemplos que ilustran nuestra manera lamentable de vivir, nuestros presupuestos lamentables en la convivencia y nuestras conductas, que con pinceladas culturales casi siempre invisibles, están llenas de prejuicios y de vicios …
Por otra parte, nos encontramos con que los mayores defraudadores e incluso muchos de nuestros canallas más grandes son precisamente personas educadas y profesionales con grados y posgrados… Y de las mejores universidades.
El asunto es que alguien debe hacerse responsable de la cultura, más aún, de transformar nuestra cultura. Si se deja sin consideración alguna, así como lo estamos viviendo, se reproducirá de manera espontánea y natural como no solo pasa en nuestras familias, sino en la escuela misma en donde en la actualidad nos encontramos con conductas indeseables de autoritarismo y anti-democracia, de perspectivas individualistas, sectarias y mezquinas, de priorización de las libertades sin consideración de los colectivos y del bien común.
Si, alguien debe tomar en serio nuestra cultura; es la escuela. Más aún, debemos discutir cómo la cambiamos para así dar pasos ciertos hacia nuestra propia transformación y la transformación de nuestra sociedad en la escuela.
Si la escuela no asume la transformación cultural de la sociedad, ¿en manos de quién estamos?
Pero ese cambio no es fácil.
Estamos en una situación en la que cuando se da la formación de nuestra juventud se piensa en la importancia de formar buenos maestros de matemáticas y ciencias, de arte y de educación física, por ejemplo. Pero no se piensa en el papel de la escuela en frente de los cambios culturales. Explícitamente eso suele dejarse en manos de nadie. Pero no, son los medios de comunicación los que orientan esos cambios con los vaivenes de las modas y las vicisitudes de la sociedad de consumo, no solo a través de la publicidad sino también de la música y los noticieros que en su lucha por lograr niveles deseables de audiencia han convertido el crimen en seriados de televisión y los grandes juicios que deberían avergonzarnos, en espectáculos que a la postre provocan admiración por los delincuentes de parte de los ciudadanos desprevenidos.
En fin, si los maestros queremos de verdad contribuir a lograr los cambios que tanto deseamos, tenemos que cambiar nuestras prácticas e ir más allá de dictar clase. No se trata simplemente de introducir clases de ética o de comportamiento y urbanidad, con sus talleres y seminarios. A mi juicio, los valores y criterios que ordenan nuestras vidas se aprenden de verdad viviéndolos, de tal suerte que lograremos ciudadanos demócratas si logramos instituciones educativas en las que se viva la democracia. Igualmente, se lograrán otros resultados si se logran extirpar de las prácticas escolares los abusos y las injusticias, por ejemplo.