Por: Dino Segura
Co fundador Escuela Pedagógica Experimental EPE
En algunos comentarios anteriores he planteado mi sorpresa y si se quiere, mi indignación al constatar que la preocupación por la educación no se manifiesta en este gobierno aunque no faltan las afirmaciones en cuanto a que: ¡La educación es lo más importante! Y he sostenido también que lo más importante de la educación es buscar transformaciones culturales. Lo sostengo no solo porque eso debe ser siempre así, sino porque en este momento es lo más importante. El punto es que las grandes amenazas contemporáneas que se relacionan con los recursos naturales y la convivencia, por ejemplo, están acompañadas por hábitos y conductas espontáneas que las profundizan. De otro lado, aunque coincidimos con quienes afirman que tenemos que cambiar, que hacer las cosas de otra manera, estamos posponiendo el día en que comenzaremos a hacerlo, no queremos sacrificar ciertas comodidades banales o satisfacciones efímeras.
En conversaciones que he sostenido con otros, que comparten conmigo esta preocupación, llegamos a que, si hay algo urgente que debería ser el faro u horizonte de la escuela a todos los niveles, es la educación ambiental. El asunto es que se trata de algo que no solo es lo más urgente para el planeta, sino lo más determinante para nosotros mismos en nuestra individualidad.
Pensar en la educación ambiental tiene que ver con salvar el Amazonas, pero eso es apenas una parte y para ello existen los especialistas, los gobiernos y las comunidades indígenas. ¡OJO! la educación ambiental tiene que ver también con nuestra morada, nuestra escuela, con nosotros mismos, nuestros semejantes y nuestro entorno.
Emprender acciones para contribuir a la educación ambiental tiene que ver con propiciar la transformación de los hábitos cotidianos que nos llevan a maltratarnos, maltratar a nuestra comunidad y maltratar al planeta. Y aquí debemos considerar que no se trata de buscar un conjunto de conferencias, asignaturas o talleres cuya eficacia será evaluada con un examen para llevarlas al colegio o universidad, sino más bien de disposiciones o propósitos que se traduzcan en hábitos y formas automáticas de proceder.
Así como cuando hablamos de la naturaleza debemos hablar de nosotros como parte de ella y no como algo que está allá afuera, en el caso de la educación ambiental, no se trata de solo cuidar el entorno sino de cuidarnos a nosotros mismos. Nuestro cuerpo es sagrado, así como el planeta es sagrado, la comunidad es sagrada y debemos caer en la cuenta de la maravilla que es la auto-organización planetaria en la que encontramos alimentos disponibles, agua disponible, aire disponible, que hace posible nuestra existencia y que su preservación debería ser algo natural ya que todo es de todos y así deberíamos tratarlos.
Entonces todo lo que hagamos para evitar el consumo de sustancias perjudiciales (saborizantes, colorantes, preservantes, etc., por ejemplo) está relacionado con la educación ambiental. Se trata de cuidar nuestro organismo: ¿Por qué vamos a destruir ese sistema tan bien organizado que nos permite tantas cosas satisfactorias y encantadoras?
Por otra parte, todo lo que hagamos para evitar la existencia de basuras es una contribución a cuidar nuestro hogar (la vivienda y el planeta). Si se lograra dar un tratamiento adecuado a todos los residuos de tal suerte que se convirtieran en una fuente de riqueza y no de contaminación y muerte, estaríamos haciendo mucho. No existirían las basuras. Y hacerlo no es tan complicado. Esta consideración puede convertirse además en un ejemplo de cómo desde la escuela se puede transformar la sociedad.
El caso del tratamiento de los residuos es un ejemplo de solidaridad con nosotros mismos, con la sociedad, con el colectivo. Es además un ejemplo que puede ser emblemático de cómo convertir nuestra casa en un templo a la naturaleza, ¿Qué otra cosa son las materas con plantas medicinales o con condimentarias o con aromáticas, en nuestro apartamento?
Si se consideran estas posibilidades no requerimos ni de otras asignaturas, ni de más horas para ello, ni de especialistas. Tal vez en cada salón existen padres o abuelos que saben de esto y que de muy buena gana irían al colegio a contar cómo es que se hacen estas cosas. Sobre esto es mucho lo que se puede comentar ya que existen quienes lo está haciendo ya. Lo que prevemos es que sea posible compartir iniciativas y festejar resultados nuestros y de todos. Este es un punto de partida que puede complementarse con otras iniciativas relacionadas por ejemplo con juguetes que no requieran de electricidad o de hornos que funcionen con energía solar, o del uso más racional del agua . Así pues, la educación ambiental puede ser la columna vertebral de una nueva escuela colombiana. Y podemos verla también considerándonos como especie en evolución en la que lo determinante no es la competencia sino la colaboración. De esto conversaremos otro día.