Cambiarnos nosotros mismos,
​ o el cambio es para los de ruana

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La situación lamentable que hemos vivido en los últimos 50 o 60 años, no nos remite únicamente a la existencia de la guerrilla y en consecuencia a la existencia de una guerra que no permitió que las políticas de estado fueran aplicables a todo el país ni que se tuviera en cuenta la totalidad del territorio a la hora de hacer planes de desarrollo.
 
Existen otras circunstancias que han contribuido al descalabro de nuestra patria, se trata de circunstancias que deberíamos cambiar y que de no hacerlo podrían convertir esas esperanzas de transformación de Colombia que todos añoramos, en una gran frustración.
Es posible que todos sepamos de qué circunstancias estamos hablando, sin embargo es conveniente volver insistentemente sobre ellas.
 
Lo primero, y tal vez lo más importante que salta a la vista de la historia, es que Colombia ha sido un país gobernado por la misma clase política desde hace más de un siglo. Se trata de una clase política más que inepta, corrupta. Cuando uno ve la lista de nuestros gobernantes se encuentra con la galería del fracaso para el país. En el presente, ve la lista de delfines haciendo fila para continuar con la tarea de desgobierno empezada por sus padres y con la perspectiva de enriquecimiento abusivo, que constituyen sus propios sueños, dan ganas de llorar.


Ahora bien, esta situación ha sido posible porque esa misma clase política, desde el gobierno, ha  creado las condiciones apropiadas para mantener el estado de cosas y diferir cualquier posible transformación.
 
Ello se ha hecho perpetuando desde el poder dos elementos claves. Por una parte la escuela que mantiene invariables ciertos referentes culturales y por otra, los medios de comunicación que contribuyen a la ignorancia y la tergiversación, elementos que a la vez nos llevan a lo que se denomina la opinión pública. Tenemos así una opinión pública basada en la desinformación y tergiversación.
 
Así pues, puede muy bien firmarse la paz en la Habana y podemos también votar por SI en el plebiscito, aún así, las cosas pueden seguir iguales. Para que eso  no ocurra, es necesario que adicionalmente se den transformaciones culturales de muy diversa índole.
 
Se trata de asuntos diversos que debemos ir aclarándonos y que orientan nuestras conductas. Comencemos con ese listado de calamidades culturales que nos acompañan.
 
No tenemos claro qué significa ser ciudadanos. Para muchos, ser ciudadano es simplemente ejercer la posibilidad de elegir. Entonces votamos (aunque no se llega al 50% de participación, es el ejercicio de la ciudadanía).
 
No tenemos conciencia de nuestras posibilidades (y responsabilidades) como ciudadanos para incidir en las políticas; antes bien, tratamos de pasar desapercibidos ante las conductas delictivas de otros.  Es un elemento cultural: “Recuerda que, eso no es contigo, tu ni viste nada, …”  nos dice la mamá (o el papá) cuando salimos de casa.
Y con la justificación de que los que mandan se roban los impuestos que pagamos todos; cuando se presenta la ocasión, nosotros nos robamos los impuestos que debemos pagar, evadiendo su pago. Entonces nos preguntan “¿con factura o sin factura?”
¿Será que con nuestra corrupción arreglamos algo en el país?
 
Y si en la cola vemos a alguien que puede “colarnos”, pues aprovechamos la oportunidad y atropellamos a quienes están delante de nosotros. El oportunismo y el tráfico de influencias son asuntos tolerados culturalmente. Y si trato de rebelarme ante ello, habrá quien me reitera “¡coma callao!”
 
Estos ejemplos sueltos, que podrían multiplicarse y que debemos develar, nos retratan de cuerpo entero y pueden mostrarnos las dificultades que existen para hacer un país distinto viendo el asunto desde los determinantes culturales. Claro, mientras seamos “simples ciudadanos, o ciudadanos del montón” la indiferencia, la evasión de impuestos, que es un robo, el tráfico de influencias y el encubrimiento se darán en casos muy simples e “inocentes”, que incluso se cuentan como anécdotas; sin embargo, en la medida en que se esté en posiciones de mayor responsabilidad, la conductas pueden ser de mayor calado.
 
Por ejemplo, cuando hacemos fila para presentar una hoja de vida buscando un empleo seguramente no será tan inocente ver cómo pasan hojas de vida por detrás del escritorio, saltándose la fila.
 
Por ejemplo, mientras lo que yo evado comprando una herramienta es una bicoca, tal vez para el gran empresario también es una bicoca evadir en la compra de un tractor. Son dos bicocas distintas.
 
Una de las consecuencias de todo esto es que conscientes de lo que sucede en nuestro entorno y en todos los entornos, lo que se ha incubado peligrosamente es un escepticismo que nos lleva a pensar que esto no lo arregla nadie. Y eso acrecentado con la sensación de que somos de los mismos: ¿si yo robo, con qué autoridad moral critico el hurto de los demás?
 
Sobre esto debemos volver pues hay mucho qué decir acerca de cómo nos hemos acostumbrado a vivir en un país con reglas y disposiciones que no se cumplen o que se cumplen de manera amañada, o sea, de forma selectiva; esto es, que son para los de ruana.
 
Dino Segura