1. Por una parte son una evidencia de nuestras relaciones con el conocimiento y de las estrategias que tenemos para acercarnos a él. Veamos: Desde hace unos 400 años se empezaron a dar de manera vertiginosa una serie de resultados en las reflexiones de lo que hoy son las disciplinas científicas (la física, la biología, la química, las matemáticas, etc.) que demostraron en poco tiempo su poder y capacidad de transformación.
Se trata de los trabajos de Galileo, Newton, Gauss, Darwin, Carnot, Laplace y muchos otros ¡Son conquistas extraordinarias del intelecto! Entonces, en medio de la admiración frente a ellas optamos por no solo reconocerles su valor, sino por llevarlas a la escuela para allí aprenderlas de memoria.
Ahí tenemos a nuestros niños repitiendo las leyes, principios, teoremas. Y entonces las repetimos y como las repetimos muy bien, textualmente, nos creemos que ya hemos llegado al mundo de la ciencia. Como en los textos no se ha incluido la manera como estos resultados sirven para solucionar problemas no sabemos qué hacer con ellos.
Así pues, como no sabemos para qué sirven, nos tranquilizamos jugando a resolver problemas ficticios, que se incluyen en los textos como problemas de final de capítulo. Tenemos así, que nos creemos el cuento de que aprendiendo los resultados de memoria ¡Ya pertenecemos al mundo de la ciencia! Y que resolviendo los acertijos de final de capítulo ¡Ya somos científicos!
Si se hubiera avanzado unos 30 años más en la escuela sería claro que los resultados de la investigación científica no son absolutos ni definitivos ni verdaderos. Sabríamos que frente a un conjunto de resultados pueden aparecer múltiples formas de explicación genuinas y legítimas. Y habríamos aprendido que es imposible la objetividad y que los observadores modifican inevitablemente lo que observan.
Si eso se hubiese aprendido, en la escuela no reinaría ni el dogmatismo, ni el autoritarismo (en nombre del conocimiento), que aparece en términos de procedimientos únicos y respuestas privilegiadas y evaluaciones arbitrarias. Si eso se hubiese aprendido, en la escuela tendríamos aún algo de la creatividad que acompaña a los niños antes de ir a la escuela a pervertirse en medio de las verdades únicas y definitivas.
2. Así como llegan a la escuela los resultados de la ciencia para convertirse en catecismo, también llegan asuntos como los derechos humanos, la democracia, las instituciones.
(Ver http://www.un.org/es/documents/udhr/index_print.shtml). Y como en el caso de la ciencia, aquí también, lo que hacemos es repetir y memorizar, sin entender.
Y entonces, pregonamos el respeto a los derechos humanos porque decimos que los respetamos y porque tal vez los repetimos. Que todos somos iguales sin distingos de raza, color, sexo, etc.
¿Qué tal las posiciones de las iglesias frente a la diversidad sexual? Se nos esfuman los derechos humanos. Y decimos que tenemos derecho a la educación y que esta es obligatoria, y ahí tenemos lo que nos sucede precisamente por no contar con una escuela de calidad y a medio país sin posibilidades de acceder así solo sea a esa educación mediocre que tenemos.
Es un despropósito ver cómo se defienden las derechos humanos al mismo tiempo que se pisotean descaradamente no solo en la calle sino en los presupuestos que se hacen obedeciendo planes leoninos y arteros.
Esto sucede en muchas partes pero recordemos que Colombia es unos de los países más inequitativos del mundo. Ahí tenemos entonces reformas fiscales que profundizarán más en esas diferencias y que no hacen nada frente a la corrupción y que optan por recurrir a los pocos trabajadores formales que existen para lograr los ingresos que se requieren sin tocar los privilegios de los “dueños del país”.
Y, así como nos aprendemos de memoria la ciencia, para hacer el teatro de la modernidad, memorizamos los derechos humanos y al repetirlos nos hacemos a la idea de que se cumplen, y hacemos pantomimas de la democracia y de las instituciones en medio de jueces venales e inmunidades absurdas que exoneran a los delincuentes de dar cuentas de sus actos
Pero también, lo que está sucediendo es de todas maneras esperanzador.
Las poblaciones que sienten que les están escamoteando el futuro están pisando fuerte y tal vez vamos terminar remplazando el descontento distante de la guerrilla por la movilización determinante de quienes sienten que no solo existen injusticias, sino que el país sí puede funcionar de otra manera, y que llegar a ello no será sin duda una concesión de quienes han contribuido a este estado inaceptable de cosas sino una conquista de todos, tratando de convertir ese país de mentiras en una nación amable y honesta.
Dino Segura
Que fortuna conocer a alguien con pensamiento critico que ha dedicado su vida a educar colombianos bajo una premisa formadora y no utilitarista. Cuanta verdad expresada de manera sencilla y que lejos esta nuestro pais del camino correcto.