Aunque pocos, algunos acontecimientos que vivimos en 2016 fueron y son muy significativos. Sin embargo, es curioso que no sepamos a ciencia cierta cómo fue que llegamos a aquello que definitivamente es tan determinante para el país. Más que ser consecuencia de la razón, parece que en todo esto ha metido la mano el caos.
Es así como llegamos a un proceso decisivo para el futuro, que dependerá de lo que hagamos en el presente, el proceso de paz que se está iniciando.
A esto llegamos viviendo y superando con mucha dificultad situaciones en las que se confunden las razones con las consecuencias de las creencias y temores donde prima la desconfianza; raciocinios en donde se confunden los intereses individuales con lo que podríamos denominar es el bien común y aún cavilaciones en donde se cuestiona si la democracia supone honestidad o si simplemente se trata de un acontecimiento en el que todo vale y es tan legítimo engañar que tratar de persuadir desde el razonamiento y la buena fe.
En medio de todas estas dificultades, también nos estamos conociendo aún más y sabemos que definitivamente de quienes debemos cuidarnos es de nosotros mismos. Es por ello que con mucha razón hay quienes dicen que el país que tenemos es el que hemos construido nosotros mismos.
Los gobernantes que tenemos son los que nosotros hemos elegido. Y la cultura que dicta nuestros juicios y conductas es la consecuencia y a la vez el origen de ese mundo de normas invisibles y mandatos inmanentes que nos acompañan en el día a día y que definitivamente determina lo que hacemos y lo que dejamos de hacer consciente e inconscientemente, sin darnos cuenta de su existencia
Es así como llegamos a un proceso decisivo para el futuro, que dependerá de lo que hagamos en el presente, el proceso de paz que se está iniciando.
A esto llegamos viviendo y superando con mucha dificultad situaciones en las que se confunden las razones con las consecuencias de las creencias y temores donde prima la desconfianza; raciocinios en donde se confunden los intereses individuales con lo que podríamos denominar es el bien común y aún cavilaciones en donde se cuestiona si la democracia supone honestidad o si simplemente se trata de un acontecimiento en el que todo vale y es tan legítimo engañar que tratar de persuadir desde el razonamiento y la buena fe.
En medio de todas estas dificultades, también nos estamos conociendo aún más y sabemos que definitivamente de quienes debemos cuidarnos es de nosotros mismos. Es por ello que con mucha razón hay quienes dicen que el país que tenemos es el que hemos construido nosotros mismos.
Los gobernantes que tenemos son los que nosotros hemos elegido. Y la cultura que dicta nuestros juicios y conductas es la consecuencia y a la vez el origen de ese mundo de normas invisibles y mandatos inmanentes que nos acompañan en el día a día y que definitivamente determina lo que hacemos y lo que dejamos de hacer consciente e inconscientemente, sin darnos cuenta de su existencia
Y es esa cultura la que se hace visible cuando se intenta superar alguna de sus normas invisibles. Mientras no las nombremos no existen, pero en cuanto las tocamos para cambiarlas se erigen como monstruos poderosísimos. Ahí tenemos la lista de segregaciones avaladas culturalmente que nos llevan a que no todos los derechos son derechos de todos, simplemente porque no y de eso no nos habíamos dado cuenta.
Valgan un par de ejemplos: Si se pregunta, seguramente “Todos” defienden los derechos humanos, sin embargo cuando se va a lo particular es perfectamente claro y aceptado por lógica que la educación no es un derecho sino una prerrogativa de quienes tienen con qué pagarla, hasta tal punto que se ha convertido en el factor más determinante en la inequidad.
Cuando se habla de la posibilidad de adoptar un niño, resulta que hay quienes no pueden hacerlo y se cuestiona esa posibilidad con argumentos derivados más de la ignorancia que de la experiencia y de afirmaciones irresponsables que contradicen datos derivados de investigaciones juiciosas. Es decir, los que se esgrimen no son argumentos sino convicciones.
Cuando se considera la utilización de las mentiras y difamaciones para lograr votos en justas electorales, ahora resulta que TODO vale y que el engaño se convierte en una práctica política tan respetable y legítima como los discursos juiciosos y respaldados por la verdad.
Entonces volvemos los ojos a nuestras familias, escuelas, iglesias y universidades y nos encontramos con que antes que ser motores de transformación, son motores de perpetuación de prácticas vergonzosas, que como lo decía antes, no existen mientras no se nombren.
Es así como los peores delincuentes son graduados de las mejores universidades y tal vez egresados de colegios prestigiosos. Es así como cuando llega al poder alguien no muy cercano a nuestra clase política lo que para él se inaugura es “El cuartico de hora”, que “Algún día tenía que tocarnos”. Claro, si quien llega pertenece a la clase política que nos ha gobernado desde hace cientos de años, no hay ninguna novedad, para eso se estaba preparando desde antes de nacer y simplemente continúa la depredación. No hay diferencia.
Es así como cuando aparecen esos crímenes no se piensa en los contextos de inequidad, injusticia y corrupción (en los que se dan los acontecimientos), sino como hechos descontextualizados (hechos aislados) para mantenernos mirando siempre hacia atrás sin atinar a aprender de lo que sucede para transformar lo que vendrá y así, lograr que lo que ocurrió, no vuelva a suceder.
Es así que cuando no se cumple con las leyes o nos encontramos ante crímenes impensables, lo que se propone es hacer más fuertes las sanciones, no se piensa en la educación sino en la represión, el castigo y el control.
Y, cuando se piensa en la educación no se atina a asumir esa parte de la educación que nos corresponde a todos, a las familias, a los ciudadanos, a los amigos ¡No¡ Por el contrario, se busca al maestro que seguramente estará en alguna parte diferente a la casa, al centro comercial o la iglesia, que es donde cotidianamente “Todos” nos estamos educando, tal vez, mal-educando
Dino Segura
Valgan un par de ejemplos: Si se pregunta, seguramente “Todos” defienden los derechos humanos, sin embargo cuando se va a lo particular es perfectamente claro y aceptado por lógica que la educación no es un derecho sino una prerrogativa de quienes tienen con qué pagarla, hasta tal punto que se ha convertido en el factor más determinante en la inequidad.
Cuando se habla de la posibilidad de adoptar un niño, resulta que hay quienes no pueden hacerlo y se cuestiona esa posibilidad con argumentos derivados más de la ignorancia que de la experiencia y de afirmaciones irresponsables que contradicen datos derivados de investigaciones juiciosas. Es decir, los que se esgrimen no son argumentos sino convicciones.
Cuando se considera la utilización de las mentiras y difamaciones para lograr votos en justas electorales, ahora resulta que TODO vale y que el engaño se convierte en una práctica política tan respetable y legítima como los discursos juiciosos y respaldados por la verdad.
Entonces volvemos los ojos a nuestras familias, escuelas, iglesias y universidades y nos encontramos con que antes que ser motores de transformación, son motores de perpetuación de prácticas vergonzosas, que como lo decía antes, no existen mientras no se nombren.
Es así como los peores delincuentes son graduados de las mejores universidades y tal vez egresados de colegios prestigiosos. Es así como cuando llega al poder alguien no muy cercano a nuestra clase política lo que para él se inaugura es “El cuartico de hora”, que “Algún día tenía que tocarnos”. Claro, si quien llega pertenece a la clase política que nos ha gobernado desde hace cientos de años, no hay ninguna novedad, para eso se estaba preparando desde antes de nacer y simplemente continúa la depredación. No hay diferencia.
Es así como cuando aparecen esos crímenes no se piensa en los contextos de inequidad, injusticia y corrupción (en los que se dan los acontecimientos), sino como hechos descontextualizados (hechos aislados) para mantenernos mirando siempre hacia atrás sin atinar a aprender de lo que sucede para transformar lo que vendrá y así, lograr que lo que ocurrió, no vuelva a suceder.
Es así que cuando no se cumple con las leyes o nos encontramos ante crímenes impensables, lo que se propone es hacer más fuertes las sanciones, no se piensa en la educación sino en la represión, el castigo y el control.
Y, cuando se piensa en la educación no se atina a asumir esa parte de la educación que nos corresponde a todos, a las familias, a los ciudadanos, a los amigos ¡No¡ Por el contrario, se busca al maestro que seguramente estará en alguna parte diferente a la casa, al centro comercial o la iglesia, que es donde cotidianamente “Todos” nos estamos educando, tal vez, mal-educando
Dino Segura