​Seguimos indolentes ante los femenicidios

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Es muy difícil opinar acerca de lo que son nuestros comportamientos cuando éstos son el resultado de nuestra cultura. La cultura es invisible. Cuando actuamos impelidos por la cultura actuamos de manera tan natural que los actos se vuelven invisibles, son naturales, son “lógicos”. Para actuar en el contexto de la cultura no necesitamos pensar, simplemente en nuestros micro-mundos se desencadenan ciertas conductas que se realizan como cuando pestañeamos o cuando nos rascamos una oreja
 
Cerca del 90% de nuestras conductas son conductas encarnadas (en términos de Varela). Algunas son conductas reflejas, determinadas genéticamente. Algunas son aprendidas: unas conscientemente, en la escuela otras inconscientemente en la sociedad, especialmente en el hogar.
 
Tenemos así dos dificultades en frente de esa tarea que se torna imprescindible, que  es o lograr cambios en nuestra cultura. El primero: Es que las conductas que queremos cambiar son invisibles. El segundo: Que cuando esos cambios se den, para que sean duraderos y definitivos deben convertirse en conductas automáticas, esto es, en conductas que se realizan sin necesidad de pensar.
 
Así, cuando hablamos de una cultura machista, no nos referimos a un conjunto de conductas de los hombres o de las mujeres o de los adultos o de los niños. No. Estamos hablando de un conjunto de comportamientos que nos caracterizan a “Todos”.
Y para actuar en frente de estos comportamientos culturales tenemos que hacer un esfuerzo para “Ver” esas conductas machistas que siendo naturales e inocentes se proyectan como formas de comportamiento peligroso e insensato ¿Cómo se manifiestan con los niños pequeños, en sus juegos, en sus aficiones? ¿Cómo se manifiestan en la adolescencia y luego en la juventud y en la adultez?

En este contexto es necesario establecer las relaciones que existen entre las conductas machistas de hombres y mujeres y otros determinantes como la ciencia o la religión.
Así pues, es posible que se logren algunos avances para disminuir los casos, por ejemplo de feminicidio, aumentando los castigos y endureciendo las penas, pero lo importante debe ser lograr los caminos y los cambios no para castigar las infracciones sino para evitar que esas infracciones se den. Nosotros no necesitamos que se llenen las cárceles con los miserables infractores, lo que se requiere es de gente de bien que está fuera de la cárcel contribuyendo con todos en la construcción de un nuevo país, de un país con una cultura de género distinta.
 
Tenemos que mirarnos a nosotros mismos y sopesar las responsabilidades de los padres y familiares de los niños cuando éstos, desde muy pequeños, son objeto de segregaciones “inocentes” y los  niños son invitados a relacionarse con juguetes que requieren de inteligencia, o fuerza, o habilidad mientras a las niñas se les invita a jugar en torno de lo trivial y estúpido, lo dependiente y secundario (recordemos que todos estos adjetivos poseen un significado cultural).
Tenemos que ver seriamente cuál es nuestra responsabilidad cuando desde siempre se les recuerda a los niños que la mujer tiene como designio por excelencia servir y satisfacer a los hombres, sus maridos y que esa función es una función divina, que ese es un mandato de DIOS, que no puede ponerse en duda. Y que la interpretación de qué es eso de servir y satisfacer es asunto de los hombres.
Tenemos que vislumbrar las implicaciones de quienes hablan del “hombre de la casa” al referirse al muchachito de cinco años que es cuidado por sus hermanas mayores que fácilmente se convertirán en sus criadas para cumplir con mandatos sociales-culturales-religiosos en la cotidianidad del hogar.
Tenemos que preguntarnos ¿Por qué no enseñamos con la misma seriedad que lo hacemos con las niñas a los niños a lavar la ropa y hacer la cama y a cocinar y a todo aquello que es tan importante en la vida doméstica, que seguramente no debería ser responsabilidad única de las mujeres?
La pregunta es, en una sociedad en donde estamos educando de esta manera a nuestros niños y niñas, no deberíamos sorprendernos por los “machos” que formamos, seguramente a imagen y semejanza de los anhelos de las hembras que los formaron.
 
En fin, es importante que reflexionemos acerca de cómo estamos formando a nuestros niños, especialmente en el hogar para, por una parte, saber a qué atenernos y, por otra, definir lo que debe ser la reeducación para esta malformación que se logra en el hogar. A mí me parece que es absolutamente necesario que quienes van a ser padres sepan la importancia de sus comportamientos y lenguaje, de los valores e imaginarios que están detrás de las palabras, los chistes y las bromas, muchas veces cargadas de prejuicios y devaluaciones de las unas frente a los privilegios de los otros.
 
Creo que lo que ha sucedido y está sucediendo tiene que parar. Y la única manera de hacerlo es transformando esa formación lamentable que viene de la sociedad misma, especialmente de la casa. Repito no se trata de construir más y más cárceles para confinar a los malcriados convertidos en delincuentes. Se trata de educar para lograr una sociedad que  no necesite del castigo y la persecución para lograr una sana convivencia.
 
Dino Segura